Pentecostés

                             
                           (Hch 2, 1-13)

Era la antigua fiesta de la siega.
La fiesta, más tarde, de la Alianza
de Yahvé con su pueblo en el monte Sinaí.
Rugió otra vez el ventarrón sereno del Espiritu
el viento impetuoso de Dios
que sacude el temor
y la flaqueza de los hombres.
Como lenguas de fuego contagioso
fueron para todos los discípulos
las últimas palabras del Maestro.
Y la fe, el amor y la esperanza
embriagaron sus rudos corazones
mucho mejor que un vino generoso.
De allí salieron ebrios de una fuerza divina
a las calles del mundo,
a contar y cantar,
en las múltiples lenguas del Espíritu,
los prodigios de Dios,
que levantó al Señor de entre los muertos.