“Nada te turbe / nada te espante”

Ayer fue el día de santa Teresa de Ávila, mi santa por excelencia. He tenido la suerte, este año, de visitar Ávila, Alba de Tormes y Salamanca, tres lugares teresianos de primera. Era su vida y sus muchos libros una de nuestras lecturas comunes preferidas cuando vivía mi madre, devotísima teresiana, que cantaba desde que yo era un crío las letrillas en torno a ese estribillo elemental, una de las profesiones más hermosas y profundas de fe que se han escrito nunca, que es el Nada te turbe. Lo tengo grabado, junto con un retrato de la santa, en mi mesilla de noche y es una de mis oraciones preferidas. Puede parecer, de lejos, una simpleza y hasta una típica fórmula de escape, que tanto han abundado en todas las religiones. Pero lo escribió, sabiendo lo que escribía, esta mujer maravillosa, inteligente y reformadora, conversadora y andariega, seductora y saladísima, trabajadora febril y práctica como un contable, dentro de su vocación tan contemplativa como activa, que sufrió de lo lindo en su vida, por unos y otros y hasta por su mala salud y las mil peripecias que le tocó remontar. El poema es mucho más largo y bello, pero el estribillo lo resume bien: Nada te turbe / nada te espante / todo se pasa / Dios no se muda / la paciencia / todo lo alcanza;/ quien a Dios tiene / nada le falta: Sólo Dios basta.