Milagro

 

          Tras la nevada abrileña de los cerezos en flor,  la capital de la cereza en la Ribera, Milagro –miraculum– es mirador admirable en el entrerríos, entrambasaguas o mesopotamia del Aragón y del Ebro.

Farallón de yesos o, más soñadoramente, proa del barco fluvial equipado, con las  velas recogidas de los pinos, y el mástil de la torre gótico-renacentista-decimonónica de Nuestra Señora de los Abades.

Hoy mirador gozoso e incitante sobre huertas fértiles, sobre sus cerezales, los paredones inestables del torreón prismático de piedra y argamasa -el miráculo– nos recuerdan que nuesrtros reyes cristianos lo eligieron certeramenrte para vigilar la plaza musulmana de Tudela y sus razzias terribles a través de la segura ruta de los ríos.

El sol le hace mirarse peligrosamente en el agua, pero le dora y asegura a la vez las torrecillas barrocas de la basílica del Patrocinio y los aleros, las arquerías y los blasones de sus palacios dieciochescos.