Los castros de Lerín, Cárcar, Andosilla y Azagra (y II)

 

                       De Lerín seguimos, el segundo sábado abrileño, algo más caluroso que el primero, por la carretera de Falces, en busca del castro Campiestros, cerca del límite de Andosilla con Falces y Lerín, según me han dicho amablemente en el ayuntamiento del primero de estos tres pueblos.

Llevamos a nuestra izquierda la sierra y subsierra del Monte, que termina en el Alto del Chormo, ya sobre el valle del Arga, al norte de Falces, y avanzamos entre extensos campos de herbales de trigo y cebada, ondulados e irregulares, sin un árbol a la vista, si exceptuamos una finca de almendros. En algunos ribazos ya han granado las espigas  en los tallos que brotaron fuera de la finca. Pareciera que todo el terreno estuviese sembrado, porque los baldíos y algunos breves humedales están cubiertos de hierba o floreados con las mostazas negras (amarillas), que llamamos ziapes, las blancas o floridas, y con los primaverales dientes de león. Sobre la sierra lineal y pinosa de Lerín asoma la modesta cumbre de Jenáriz, frontera de Miranda de Arga. Luego la carretera avanza entre dos serrezuelas, con pequeños cabezos y altirones, que a veces nos confunden. Ya metidos en tierras de Falces, nos volvemos y, en el kilómetro 14, junto a una vacada que pasta apaciblemente, subimos a la serrezuela que llevamos ahora a nuestra izquierda, porque creemos que hemos dado con lo que buscamos. En los mapas lleva el nombre de Suertes Viejas. La serrezuela tiene la figura de un bieldo invertido, una de cuyas puntas acaba en Peñalén y otra en el termino Rayuela, cerca de Peralta. Es tierra de monte bajo, con mucho cascajo, y varias viñas viejas y nuevas, así como nuevas plantaciones de olivos. Otros términos contiguos como El Carrasquillo y El Abriel deben de ser también tierras de viñedos.

Avanzamos por la orilla de unas de las viñas, en una ladera llena matas de jaras rosadas (cistus purpureus), como nunca habíamos visto, con las hojas suaves y arrugadas, hermosas como una aparición pascual. En el cabo extremos de esta pequeña sierra estuvo el pequeño castro llamado Campiestros, estudiado por Armendáriz, de 2.000 metros cuadrados, con cuatro niveles de terraplenes y recinto económico al norte del mismo. Aquí encontró cerámicas del Bronce Final y Hierro Antiguo, molinos barquiformes, percutores y alisaderas. Tierra escasa de pastos, cree probable que de aquí emigraran sus pobladores al castro vecino de Las Coronas, que veremos o luego, o al Castejón de Falces, que ya vimos en su día, y que no está tampoco demasiado lejos. No hay restos ni de viviendas ni de murallas.

Habiendo yantado y sesteados a la sombra protectora de un pino robusto, y en compañía de un pequeño avellano, cerca del río Ega, por la tarde salimos de nuevo hacia el castro Las Coronas, que no supimos encontrar el sábado anterior. No era tan difícil. Sin llegar al término contiguo de Cárcar, se entra por un camino rural que pasa cerca de un gran almacén de purines, que apestan, y sigue hasta una viña nueva y vallada, cerca del río Ega, el término de Los Pintados. Descubierto también este yacimiento por José Luis Ona, tiene la dimensión inusitada de 16.000 metros cuadrados, con un foso y muralla de 2 a 3 metros de tierra, y un talud de 6 metros. Los cultivos posteriores han destruido su estructuras primitivas. En su área se encontraron molinos de piedra barquiformes y circulares. Y muchas monedas  romanas en las proximidades. Abandonado antes de la Edad Media, el vicus romano que le siguió debió de desplazarse a un lugar desconocido, tal vez bajo la protección de la ciudad de Calagurris.

<em>Como la tarde es ya larga, y el calor ha bajado unos grados, tenemos tiempo de llegarnos hasta Azagra por la carretera de Milagro. El yacimiento del cabezo Los Forcos, a 25 metros del río, fue excavado clandestinamente y salieron a luz estratos de una habitación del Hierro Medio con abundantes cenizas y carbones. Parece, según Armendáriz el arrabal del poblado que pudo estar en el espolón de terraza situado al norte de las mismas, pero removido y desfigurado por la deposición de basuras y escombros recientes.
Andamos entre viñedos y olivares. Subimos sobre los cortados y contemplamos el paso lento del río en todo su esplendor melancólico vespertino, llevando sobre su suave piel las infinitas flores blancas de de los amentos de los álamos.
Damos una vuelta por el casco viejo de Azagra, pueblo de mis tíos y primos maestros, siempre bajo la peña asesina, bajo la peña amenazante, bajo la pena peligrosa, bajo la peña controlada. La nueva Azagra, muy crecida e industrializada, es cosa de ver.