La vergonzosa excepción de Cataluña

 

       Viendo, estos días, arder las barricadas y los coches en Barcelona y extenderse la violencia en toda Cataluña, me da una vergüenza que me abruma constatar que Cataluña es una excepción en toda la Unión Europea. Lo es no sólo por un seguimiento humano masivo de esas acciones violentas, mucho más numerosas y nutridas que las de los gilets jaunes en París -¡contra los que Macron envió el ejército!-, sino sobre todo por la situación, que dura varios años, de unas instituciones -Municipios, Diputaciones, Parlamento, Gobierno- rebeldes e insurrectas, siempre en el límite entre la desobediecia, la sedición y la rebelión. Situación que en la la mayoría de Estados de nuestro entorno ni se toleraría, y ni siquiera podría imaginarse.

En correspondencia con todo esto, tampoco hay en toda la Unión un Gobierno -lo llaman central– tan pasivo, tan indigente, tan inutil. Unas veces porque un poder ejecutivo y legislativo débiles son incapaces de una acción serena pero firme frente a la insurrección permanente, y otras, porque ese Gobierno nacional -si es que se atreve a llamarse así- ha llegado al poder con el apoyo de quienes inspiran, aplauden y hasta incitan esos actos de violencia y desde luego esa rebeldía permanente, y el partido de ese Gobierno, como escribní el otro día, ha gobernado en Cataluña con los partidos separatistas durante una década y hoy mismo forma con ellos la mayoría en 43 municipios y en la Diputación de Barcelona.

Sí, Cataluña es una vergonzosa excepción en la Unión Europea. Y no solo, claro, Cataluña.