La necrópolis medieval de Beriain

 

                En Navarra no  tenemos nada similiar al yacimiento ejemplar de Pintia que admiramos hace unos días en Valladolid, a pesar de tener una muchedumbre de yacimientos neolíticos, del Bronce, del Hierro y romanos. Ni siquiera en los cementerios musulmanes, como el de Pamplona, hemos tenido suerte. Tampoco en los cristianos, como es el caso de Beriain, el viejo fundus Verii o Veriani. 

Nos sorprende el crecimiento y renovación del Pueblo Viejo de Beriain (ayuntamiento desde 1992  y ya con más de 4.000 habitantes) y del antiguo Poblado de Potasas, que no veíamos desde hace tiempo. Quién te ha visto y quién te ve. Numerosos bloques de viviendas se han levantado desde el abandono de la minería, y muchas villas de moderna factura se han plantado en los aledaños. La mañana primera de junio ha salido lluviosa  y una gran nube nímbica parece amenazarnos desde su parapeto encima del Perdón.

He buscado en la extensa página informática del ayuntamiento alguna noticia sobre la necrópolis. Nada. Un espacio bajo verde, entre dos bloques largos de casas nuevas, llamado Parque de San Esteban, con un templete elemental, tipo japonés (?), en su cabecera, nos delatan el lugar que buscamos. Bajo el  templete, tres tumbas abiertas, bajo cubierta de cristal, una vacía y dos tapadas con losas (con losa entera y tres fragmentos de losa). Un laurel próximo parece hacer el papel de los cipreses de la tradición romana. Los arqueólogos que lo descubrieron, excavaron y estudiaron, Faro Carballo, García-Barberena y Unzu Urmeneta, entre 2001 y 2005, encontraron en una superficie de 2.100 metros cuadrados 330 tumbas, de entre los siglos XI y XIII, en torno a  la ermita de San Esteban, culto muy extendido y antiguo en Navarra, que después fue sustituida por la cercana iglesia de San Martín, de mediados del XIII. Al final del XVIII, la vieja ermita ya estaba derruida, y el obispo mandaba trasladar la imagen del santo a a iglesia parroquial.

Los cadáveres se inhumaban en cistas de piedra, cubiertas por losas o lajas de roca arenisca y un túmulo de tierra, con dos hitos pétreos en cabecera y pies, respectivamente. Hacía tiempo que la Iglesia había desautorizado el acarreo de objetos junto al cadáver del difunto, siguiendo una tradicion inmemorial. Por eso se encontró solo en un diez por ciento de estos sepulcros algún tipo de ajuar-amuleto: cuentas de pasta vítrea, azabache o cuarzo; cascabeles de plata en el cuello y medallas, asi como monedas perforadas a modo de escapulario: denarios romanos del antiguo asentamiento; denarios de plata hispano-árabes, y monedas de los reyes cristianos del tiempo: Sancho Ramírez (1076-1094) y Alfonso I el Batallador (1104-1134).

A partir del templete, un breve pasillo enlosado recorre, en forma de S todo el parque, donde se repartem unos bancos de madera que, según dicen, nadie los utiliza. ¿Será por el miedo o respeto de sentarse sobre un viaje camposanto? ¿Tal vez por eso no hay ni siquiera un panel informativo? Pero, en cambio, dos hiladas de perales adorman los dos flancos del pasillo, en el lado sur del templete crece pujante  un rodal de arces, y en el extremo opuesto funciona un pequeño parque infantil.

Uno, en su ingenuidad poética, lamenta el destino de esta necrópolis, “una de las más importantes de la Península Ibérica”, según Julio Asunción. Pero, y señalando los dos bloques de viviendas aledañas, Paulita, siempre juiciosa, replica:

-¿Y qué iban a hacer?  ¿Qué iba a hacer este pobre ayuntamiento?