“La alondra”, de Haydn

Por tierra
estaba mi alma,
por el peso
de tanta existencia rutinaria,
de tanta vulgaridad
acumulada,
cuando escuché al cuarteto húngaro Takács,
-regido por las dos manos  sabias
del violín primero de Edward Dusimberre-
la música mágica,
ahora más que nunca, de La alondra,
de Franz Joseph Haydn, esa cumbre nevada
del arte universal:
la alegría jovial y moderada,
la emotiva oración del adagio cantabile,
el minuetto amoroso de la danza
y el allegro vivaz de la alondras.
Muchas y cercanas
en el íntimo mayo
de la luz más clara.
Y con ellas el vuelo
remontó, decidida, mi alma,
en círculos concéntricos
de cielo y esperanza,
alegre y amorosa,
emotiva y vivaz, siempre más alta,
perdida en las alturas,
en continuas volandas.