En Madrid

Más de 120.000 personas se manifiestan en Madrid…”, escribe hoy un diario madrileño, partidario todavía del proceso de paz y del consenso en torno a él (¿en qué se concreta el consenso?). Sí, es verdad: han sido más de 120.000, y más también de 7.950. Por lo visto, las 120.000 del cálculo oficial y cicatero deben de parecerles pocas.
Cuando llego al congreso de historia, me entero de que esta semana hay un congreso internacional sobre la segunda república española y la guerra civil, y de que, la siguiente, hay otro congreso internacional sólo sobre la guerra (¿pensarán acaso que ésta última puede entenderse sin el período precedente?). A un congreso lo llaman azul y al otro rojo. Qué ejemplo el de las universidades españolas repartiéndose colores históricos. Tal vez dentro de otro siglo, serán capaces de entenderse las diversas universidades, escuelas, ideologías, tradiciones, etc., y podrán organizar un solo congreso, contando con los que más sepan del asunto, como hemos conseguido ya hoy día, p.e., al tratarse de la guerra de la independencia, de 1808.
Vuelvo a las víctimas del terrorismo. Su organización principal no nació del PP, ni mucho menos. Representa a muchas, muchas más de lo que parece. Como que somos casi todos. Las más activas, las que más se oyen, el mayor defecto que tienen es el de no rendirse ni al miedo, ni al engaño, ni a la demagogia y mucho menos a la rendición. Y, fuera este su inicial propósito o no, lo cierto es que hoy son el valladar humano y cívico-político más firme no sólo frente al olvido o a la inmisericordia, sino sobre todo frente a la legitimidad del terrorismo, es decir, frente a la legitimidad de sus reivindicaciones políticas, en las que parecen estar de acuerdo, de un modo u otro, los partidos del consenso susodicho; desde luego los partidos independentistas, soberanistas y confederales, y no pocos, ay, socialistas, con tal de conseguir otras cosas más inmediatas. Por eso mucho más que solidaridad (la antigua caridad despojada de justicia), lo que exigen y airean las víctimas más activas es un poco de sentido común político, sin el cual todo lo demás es imposible. Si son, si somos, víctimas, es porque lo somos de unos objetivos políticos, que es lo que está en juego en este proceso de autodeterminación. Los etarras mataron por esos objetivos concretos, no por quitar de la circulación a un millar de personas, sin más. En todo caso, solidaridad con la más elemental justicia democrática y patriótica.