En Leurza y Santesteban

 

      Llegar hasta Orokieta y subir hasta Saldías, siguiendo primero la doble regata Gorostieta, que sube y que baja desde el monte de su nombre, y después, la regata Ascoli, con sus múltiples e invisibles manantiales, es uno de los itinerarios más quebrados y, además,  más bellos de Navarra. Recuerdo con cariño a mi primer profesor de música, Tomás Otxandorena, que vivía aqui; paso por sus pueblos pastorales Beinza-Labayen, que recorrí y describí con él, y bajando hasta Urrotz, subimos hasta los pantanos de Leurza o Leurtza, a través de una mañana última de primavera, explosiva y placentera a la vez. Hay una larga fila de coches a la entrada del parque. Antes de llegar a la caseta de información, nos piden un dinero, pero no necesitamos pagar una mesa para comer. Hacía tiempo que no veníamos acá y encontramos todo más limpio, más verde, más espléndido. Más vivo también. Grupos familiares de varia composición con muchos niños, y destacada presencia de hispanoamericanos, se dispersan por las campas de helechales, por las praderas del pantano inferior y por el amplio merendero, con dos barbacoas, bancos y mesas de piedra. Huele a churrasco.

Construidos los dos pantanos, comunicados entre sí, en 1920, en el límite de los municipios de Urrotz y Beinza-Labayen, ocupan una superficie de  de 3 H (inferior) y 2 H (superior), y contienen poco menos de 1 Hm cúbico cada uno de ellos. Los aprovecha la central hidroeléctrica de Urrotz, sita al pie de la primera presa. Pero más que embalses parecen dos lagos prepirenaicos encantados, rodeados de un prieto circo de pequeños y ondulados montes, -desde Monazketa hasta Erlango Harria-, y alimentados por unas regatas que luego se hacen una, con el nombre de los lagos, que en el témino cercano de Oitz rinde sus aguas sobrantes al río Ezpelura, afluente del Ezkurra. Cerca de las orillas aparecen algunos castañares y algunos altos espinos, con espesos lechos de helechales.

Están los vasos rebosantes, tras las últimas lluvias de primavera, y las aguas lamen buena parte de los prados circundantes. Ponemos nuestras sillas de monte a dos metros del agua, a la entresombra de un haya. Varios grupos con niños y perros ocupan las orillas de las praderas cercanas. Cuando terminamos o estamos a punto de terminar nuestra siesta deportiva, se acercan bulliciosos un grupo de niñós y niñas, que juegan al escondite entre las hayas y los espinos, pero pronto la protagonista del grupo deviene la perra Luka, de una pareja próxima, que hace las delicias de la chiquillería cogiendo y volviendo a coger en el embalse la pelota que le tira su amo desde la orilla. Otra familia joven, con chico y chica, que meten las piernas poco a poco en el agua, se sienta sobre la hierba detrás de nosotros.

Vamos hasta el embalse superior por una pista muy bien mantenida. Si el embalse inferior tiene la forma de trucha a punto de saltar, este, que recibe directamentel una regata fontal en cada uno de sus extremos, semeja un pez que rodea una pequeña península verde. Es levemente más pequeño que su semejante, pero más recóndito y coqueto. Con mucha menos gente, porque hasta aqui no pueden llegar los coches. Por la calle de la coronación de la presa nos metemos en el sendero local señalizado, que recorre todo el borde del embalse inferior, hasta el monumento a la  rana bermeja, que es uno de los habitantes más famosos  (y, según malas lenguas, sabrosos) de estas aguas. Entre la flora de junio, vemos algunas fresas silvestres ya maduras.

Desde Urrotz, donde hoy no paramos, seguimos hasta Santesteban, la capital, un poco venida a menos, de la zona, y nos añadimos, con las debidas distancias, a una terraza de gente muy joven y animada. Terminamos haciendo un plácido paseo junto al Ezkurra, ansioso de desbocarse en el inmediato Bidasoa, entre altos plátanos hispanos y tilos soberbios y perfumadores.