En la estación oscense de Anayet
– el Hermanito-
he visto, esta tarde soleada de marzo,
el pórtico del cielo,
celebrado
por revuelos de ángeles y arcángeles
veloces
y jocundos.
Subían y bajaban,
en seguras telesillas,
las almas de los justos.
Todo era
sereno, elevado, reverente.
Esplendía la nieve, bruñida y contagiosa
arrebatándonos
los cinco sentidos corporales.
Bendecidos,
los picos, los collados, las sierras, los ibones,
las gleras y los garmos, los puertos y arroyeras,
quebradas y barrancos, y el río de las nieves
bendecían gozosos al Señor.