El socialismo francés

Todavía no se conocen a estas horas los resultados completos de las elecciones presidenciales francesas, las únicas europeas que parecen interesar un poco a la mayoría de los españoles, y no más allá del vencedor y perdedor de las mismas. Bueno fuera que los que preparan en España los discursos del rey y del presidente del Gobierno escucharan dos veces el discurso del vencedor Nicolás Sarkozy sobre la unidad de Francia, el patriotismo francés, el trabajo y el mérito, el respeto a su contrincante Royal, las relaciones con los Estados Unidos de América, el Mediterráneo y África, la vocación universal de Francia en defensa de la libertad, de lucha contra el terror y las dictaduras, etc., etc. Ya sé cuánto hay aquí de retórica fácil, banal y hasta demagógica, pero el hecho de que pueda decirse con naturalidad, vigor y aplauso es ya un signo de elevación. Por lo demás, el socialismo francés y la izquierda en general, tan decimonónica, y a veces casi dieciochesca, se enfrenta a una enésima crisis. Mal futuro le espera si ese socialismo no deviene al menos en socialdemocracia. La izquierda francesa es incapaz todavía de enterarse de que el concepto de cambio ha cambiado. Tras demonizar la mundialización, no ha sabido encontrar los valores positivos de la misma. La candidata socialista no ha sabido desembarazarse del todo de una cartilla de lugares comunes, aprendidos más en la tradición de la vieja izquierda que en la vida de hoy y en la expectativa del mañana, y ha dejado ver, como en la última confrontación con su rival, un talante demasiado conservador de tics doctrinarios y sectarios, que tienen poco que ver con la socialdemocracia escandinava -por cierto, hoy en la oposición-, siempre elogiada pero de muy difícil traducción a un país tan diferente como Francia. El movimiento hacia el centro, hoy inexistente, se impone para que derecha e izquierda, evocaciones del XVIII, abran cada día espacios comunes y vayan desapareciendo todavía más deprisa los extremos a uno y otro lado.