El problema de la identidad

Es uno de los grandes temas de nuestra caótica precampaña electoral, pero ante todo es el problema político por excelencia que tiene Europa en estos momentos, lo que muchos se empeñan en ocultar o en disimular. Aimé Cesaire, poeta, ensayista, dramaturgo, uno de los ideólogos de la negritud, el político martiniqués por excelencia, ex comunista, alcalde hasta 2001 de Fort de France, dejó escrito, lo repitió muchas veces y seguro que lo repetirá mientras viva: “Libertad, igualdad, Fraternidd. Predicad esos valores, pero tarde o temprano veréis aparecer el problema de la Identidad”. Pero para quien tienen como axioma que sólo el lema de la Revolución Francesa, del siglo XVIII, es racional y a la vez laicamente sagrado, eso de la identidad no sólo les revuelve el estómago, sino a la vez les descompone su ideario apergaminado. Ignoran que la identidad es nada menos que la personalidad, el ser de la realidad humana. Y es que, además de derechos y deberes -de los segundos ya nadie habla-, existe cada persona con su psicorganismo propio e intransferible: quién soy, qué puedo saber, qué puedo esperar. Es decir, la vida; nada menos que la vida humana. Los Países más importantes de Europa, los que mas inmigrantes reciben, han tomado una serie de medidas para poteger la identidad de unos y otros, para hacerla compatible con la libertad, la igualdad y la fraternidad. Que es la única manera, que se sepa, de ser hombres de nuestro tiempo. Y se han desprendido, algunos con dolor, de la cómoda y falsa demagogia secular, tan secular como infantil, que es sobre todo la mayor ofensa que se puede hacer a los inmigrantes y extranjeros en general, porque es tratarlos como entes abstractos. Pero aquí, en España, en la España de varios siglos de emigrantes, lejos de cualquier pacto sobre asunto tan grave, todavía es cosa de contienda electoral.