El primer diácono

El pasado domingo, el arzobispo de Pamplona ordenó al primer diácono de la diócesis de San Fermín. Un hombre joven, casado y con una hija. Ayer, la lectura de la misa nos traía los consejos que daba San Pablo a su discípulo Timoteo sobre las cualidades que debían adornar a los diáconos de su tiempo: “También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos”. Y en seguida se refiere a las mujeres diaconisas: “Las mujeres igualmente deben ser dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo”. Y otra vez sobre los varones: “Los diáconos sean casados una sola vez [acaba  de dar el mismo consejo a los epíscopos, que todavía no equivalen a los obispos de hoy] y gobiernen bien a sus hijos y a su propia casa. Porque los que ejercen bien el diaconado alcanzan un puesto honroso y grande entereza en la fe de Cristo Jesús“. Sabrosos y discretos consejos, incluido el del vino, en un país vitivinícola y todavía sin control de alcoholemia. Qué elogio tan alto el de San Pablo, y qué poco aprecio hemos tenido hasta ahora por tan gran misión. Hasta ahora, cuando la necesidad nos recomienda volver los ojos a muy antiguas virtudes. Muchos siglos han  pasado desde entonces y muchos más siglos nos esperan probablemente. ¿Es un comienzo prometedor? De todos modos, un acontecimiento eclesial.