El pianista universal

Anoche, viendo la película del polaco Román Polanski, brutal a veces, dramática siempre, pensé muchas veces en todos los guetos en que unos hombres han ido encerrando a otros: judíos, cristianos, paganos, musulmanes, herejes, comunistas, gitanos, masones, palestinos, católicos… Una identidad soberbia e insegura, unida al poder, ha sido casi siempre la causa de la exclusión, del odio, y al final, de la matanza. No es necesario que la identidad sea siempre clasista ni racista o, en su versión más leve, étnica; puede serlo, por los ejemplos citados, también ideológica y hasta simplemente vecinal. El arrojado al gueto es siempre un sospechoso de poder impedir o dificultar al menos el omnímodo, totalitario, dominio de una minoría arrogante, fanática, miedosa. Cuando en nuestros días y en nuestros espacios más cercanos una minoría xenófoba, totalitaria y enloquecida de odio y de mentiras, como es ETA y su numeroso entorno, amenaza, persigue, acosa, acorrala, mata a los españoles – la causa escrita de sus crímenes es siempre ser español y no otra-, no está sólo castigando al enemigo secular o coyuntural, sino queriendo inutilizar y, si es posible -que no lo es-, hacer desaparecer al enemigo de su malvado proyecto de poder total. Primero, unos; luego, los demás. La resistencia y, al fin, el levantamiento del gueto de Varsovia, después de Varsovia y de medio mundo, es para todos un signo claro de un peligro universal y de un remedio también universal.