El pájaro de fuego

Acabo de escuchar en la 2 a la Orquesta de Radiotelevisión española la suite de Stravinsky, El pájaro de fuego, que el maestro escribió nueve años despuès del estreno del ballet del mismo nombre, por la compañía de Sergei Diaghilev, el 25 de junio de 1910 en París, hace ahora cien años. Los que escucharon aquella primera audición quedaron asombrados por las sonoridades de unas combinciones hasta aquel momento insospechadas, que luego se repetirían o aumentarían en obras como Petruchka o La consagración de la primavera, con gran escándalo de muchos. Hoy, ya muy acostumbrados a esta música y a otras más nuevas, las aventuras del príncipe Ivan Zarevich en el jardín del mago Katchei por catpurar  el maravilloso pájaro y liberar con su pluma a la princesa amada y a los guerreros petrificados por el ogro, hasta conseguir las manzanas de oro del jardín…, traducidas a la música abstracta del autor, sin  apenas emociones extamusicales, se nos hacen simplemente encantadoras. Sea en la finura de las  primeras intervenciones del arpa, el oboe, los violines y las flautas; en la melodía orientalizante del clarinete, la flauta, las trompas y el violín;  en el ímpetu del viento y el xilófono durante la danza del tercer movimiento; en la canción de cuna a cargo del fagot, o en el himno de la alegría o gran coral que acompaña al regocijo final de Iván y su amada, tras la muerte del mago. La  nueva música y la antigua literatura, cada una en su lugar, en el homenaje al autor de los ballets más célebres de la historia.