El otoño de Dios

 En San Martín de Améscoa, tras el funeral celebrado por Javier, amigo de recorridos por las Améscoas y países aledaños, y amigo también de recorridos por la red, he recitado este breve poema, hecho de prisa, tras enterarme por la mañana de su muerte hace días en Barcelona:

Ahora que el otoño colorea y enrojece de fiesta
los pámpanos, los arces, los viburnos o las hayas,
y nos urge, intenso, a recorrer
las aldayas vecinas
o los bosques misteriosos de Lokiz y de Urbasa,
que tantas veces, alegres y locuaces, recorrimos,

tú te has ido, temprano, Javier,
al otoño de Dios,
con la cosecha de tu noble vida,
con tu fe temblorosa, igual que la de todos,
con tu firme esperanza en la bondad suprema,
con tu amor decidido
por lo bueno, lo justo y lo bello de la inmensa creación.

                                       
Por la gracia de Dios,
que es también la razón y la espera de los hombres,
creemos y queremos ese otoño feliz después de nuestra vida:
esa luz que borre  tantas sombras,
esa paz que que nos libre de todos los amargos conflictos,
esa honda belleza que colme
nuestras ganas infinitas de vivir,
esa gloria que renueve esta miseria:
este ser tan pequeño, de tiempo y espacio,
que es el hombre.

¿No decimos que somos tan modernos,tan jóvenes,
y con ganas de hacerlo todo nuevo?
Pues Dios es la eterna juventud,
la constante
renovación de las cosas y los hombres.
El único futuro que sostiene
los proyectos infinitos de los hombres de todas las edades.

                                       
Nos lo dijo,
con su vida ejemplar y su muerte terrible y consecuente,
Jesús de Nazaret.

Con la fe de Javier, sus amigos y paisanos
lo creemos,
lo decimos,
y con humilde gozo
aqui lo proclamamos
ahora y para siempre.

(Amb la fe de Xavier
ho creiem,
ho digm
els seus amics i veíns,
i amb hùmil goig ho proclamem ací,
ara i per sempre)