El consenso nacional sobre todo

 

         Escuchaba esta mañana al ex ministro Eduardo Serra, siempre digno de escuchar, que deshacía con elegancia ese cuento de que cada generación ha de inventar el mundo o ha de necesitar, al menos, darle la vuelta a la herencia de sus mayores, sin tener en cuenta eso que de tradicion, de riqueza, de sabiduría y de valor colectivos va adquiriendo, acumulando y legando para la posteridad cada pueblo, cada nación. Es, como la platería de los abuelos, decía Serra con un bella imagen casera. Y más que una Constitución, que no es cosa de cambiar cada veinte o  treinta año, él ponderaba el consenso, base y sostén, de la Carta Magna. El consenso que nos costó decenios, siglos,  conseguir y ponerlo en marcha. Qué frivolidad hablar a todas horas de reformar la Constitución, sin tener una idea clara de esa reforma, y ni siquiera de la necesidad de llegar al acuerdo entre muchos en algunas reformas comunes. Como si cada grupo, cada facción, cada partido fuera capaz o quisiera hacer la Constitución a su gusto y dominio, como tantas veces en la historia de España. Repienso todo esto tras escuchar el buen discurso de despedida del rey Juan Carlos, leido por un subsecretario de Estado, en un acto breve, esencial, tan sobrio que nos ha sorprendido a todos tamaña sobriedad. Sí, el consenso, Hasta para admitir la abdicación del rey. Hasta para respetar la bandera constitucional el día de la coronación del nuevo rey. O al selecccionador nacional de fútbol cuando se pierde un partido decisivo. Y es que el consenso es el fruto de muchas virtudes personales y sociales, y de virtud (que signfica en sí  esfuerzo y fortaleza) muchos no quieren ni oír y menos dejarse contagiar.