El cardenal Tarancón en TV1

La miniserie televisiva Tarancón: el quinto mandamiento, de Antonio Hernández, que pudimos ver ayer en la TV1, fue un exitazo de audiencia. Los 100 actores y 1.000 figurantes, entre los que destacan José Sancho y Roger Coma, que encarnan con maestría al arzobispo y cardenal maduro, y al  sacerdote y obispo joven, respectivamente, dan  vida a casi tres horas de representación histórica, acertada en su mayor parte: desde la huída, en 1936, del joven sacerdote valenciano de la casa del Consiliario en Madrid ante la feroz persecución que les venía encima, hasta la coronación de Juan Carlos I como rey de España, en 1975, pasando por sus etapas de misión apostólica en Galicia, Valencia, Solsona, Asturias y Madrid. El guión recoge brevemente muchos de los rasgos positivos,  populares, audaces, evangélicos del prelado nacido en Burriana, desde su exilio provisional en un pueblecito de Galicia hasta la presidencia de la Conferencia Episcopal en los momentos dramáticos del  postConcilio Vaticano II, del asesinato de Carrero Blanco, muerte de Franco y proclamación del rey. Tal vez aparece demasiado fugaz y pálida la persecución religiosa en julio de 1936 y  anterior a esa fecha, en contraste con las atroces escenas posteriores de la represión franquista. O se presenta demasiado progresista, ya desde un comienzo, la figura del futuro cardenal, visto desde el actual progresismo dominante, sin que se vea la evolución equilibrada de un personaje tan rico como el suyo. Por otra parte, apenas se ve,  salvo en sus primeros años de apostolado, la dimensión religiosa del prelado católico. Y es que la serie está no sólo limitada por el título, sino también por el propósito de presentar a don Vicente Enrique y Tarancón como un personaje eclesiástico-cívico, como el personaje decisivo de la Iglesia en la España, toda convertida en política, de la pre-Transición y de la Transición democrática. Objetivo logrado. Para todos, pero sobre todo para los que vivimos de cerca algunos de aquellos episodios,  la velada fue emotiva e inolvidable. Una prueba de lo mucho y bueno que puede hacer una televisión pública frente al panoramda desolador de las televisiones privadas, verdadero muestrario, en general,  de retrocreso civil, de involución cívica y degradación moral.