Del castro “El Muro” al barranco de Lasia (I)

 

           Almorzamos sobre la hierba -déjeuner sur l´herbe- en el pequeño rellano septentrional de la ermita de Zúñiga, curiosamente denominada Beata sis (Bienaventurada seas, María), a kilómetro y medio del pueblo, en dirección a Gastiain,  rodeada de carrascas, y con un arce y un tilo a dos de sus lados, como árboles de adorno. La ermita de planta rectangular, tiene una cabecera recta con bóveda, probablemente del siglo XIII, siendo el resto de construcción más tardía. Ya no se hace  la romería desde el pueblo, ni se celebra culto alguno en ella. Por un ventanuco abierto en la parte occidental se ve bien el abandono interior, con un retablo barroco en el altar, donde se hallan las tallas populares de San Cristóbal y la de San Lorenzo, procedente ésta de otra ermita más lejana, del mismo nombre, destruida por un incendio. La imagen de la titular se venera en la iglesia parroquial.

Después de una siesta placentera, no turbada por nada ni por nadie, subimos briosos hacia el castro llamado El Muro, uno de los cuatro castros protohistóricos, descubiertos en la zona oriental de Álava e interconectados visualmenrte entre ellos: lo que debía de garantizar el control territorial por medio de una red defensiva de señales comunicadoras. Situados en lugares altos, estos poblados fortificados contaban con la protección natural de la orografía, en laderas de grandes pendientes o de tipo acantilado, que sus pobladores reforzaron con potentes murallas de piedras y estacas, de varios metros de anchura, en los puntos donde el acceso era más fácil. Construyeron igualmente fosos y parapetos fuera, al igual que, dentro, casas de madera, piedra y adobes, con tejados de ramaje y barro, o de mampostería.

Fue durante el primer milenio antes de Cristo, en dos flujos de poblamiento: durante el Bronce final y la Edad del Hierro antiguo, desde los países centroeuropeos (celtas), y, unos siglos más tarde, hacia la mitad de la Edad de Hierro, inmigrantes del sur, llamados iberos, y cuya fusión con los anteriores se denominó en en adelante: pueblos celtíberos. Llegados los romanos en el siglo I a. C., algunos de estos castros fueron ocupados y sus pobladores romanizados. En todo ese tiempo, los que hoy son extensos campos de cultivo estaban ocupados por densos bosques y sólo se cultivaban los terrenos próximos a las poblaciones.

El Muro era un castro en la raya entre Álava y Navarra, entre Orbiso y Zúñiga, frente al castro La Peña de la Gallina, en término de la villa navarra. Una parte del perímetro se fortificó mediante una muralla. Actualmente el muro se presenta como un derrumbe de piedras, de unos 380 metros de largo y entre 2 y 3 de ancho. Un segundo recinto lo prolonga, adosado al principal. El total ocupa 45.500 metros cuadrados. Los materiales recuperados son cerámicas celtíbericas y molinos de vaivén y rotación: datan de la Edad de Hierro Medio, hacia el siglo V a. C.

Al final de un rasillo despejado, donde abunda el carrascal y el  el madroñal, está el poste in dicador de madera con el nombre de El Muro. Desde aqui avanzamos penosamente, sostenidos por los bastones de monte y agarrándonos a las ramas de las carrascas y de los madroños, que a veces son más bien obstáculos, como las ollagas,  por un sendero de cabras apenas abierto en la resbalosa pendiente que deja ver un abismo profundo, final del barranco de los Hilillos, por donde corre la regata Recabión, lo que no sirve precisamente para sosegarnos. Por la pista abierta al otro lado del barranco, en la falda del monte paralelo, pasan ciclistas, al parecer de buen humor.

Nos volvemos. Junto a la ermita, donde dejamos el coche, encontramos un antiguo maestro de Zúñiga, que vive ahora en Vitoria, toda una fuente de información y de historia de su pueblo, con el que pàsamos un buen rato.