De San Cristóbal a San Quiriaco ( y II)

Bella es la visión de los campos verdes e inclinados de los Valles de Guesalaz y Yerri, contrastados con el azul cielo del lago-embalse que los retrata ycon las franjas amarillas de los campos de colza, bajo los bravíos cantiles laterales de la sierra de Urbasa, el espaldar de la sierra de Andía, que se empina en el Mugaga, y el alto Valle de Goñi, que se asoma en las cimas de Artesa y Garindo. De sus paredes cuelgan pueblos como Lezaun, Irañeta, Azcona, Arizaleta o Iturgoyen. Otros, como Riezu, Irujo o Arguiñano prefieren un piso más bajo. En el contorno del lago, pero guardando las distancias, aparecen Ugar, Villanueva, Irurre, Muez, Garisoain, Esténoz y Muzqui, dejando a Lerate el carácter de ribereño, con camping, playa y embarcadero.

Todo esto vamos mirando y contemplando mientras volvemos hacia Garisoain. No encontramos alli a nadie que nos pueda orientar y damos unas vueltas en la direción equivocada, sin ver por ningún sitio la silueta de las rocas que hacen del castro de San Quiriaco un castro inconfundible. Acabamos viendo la Fuente de las Brujas, una fuente de piedra en medio del regacho de su nombre. Volvemos al pueblo y una pareja nos dirige hacia el buen camino, a la salida del lugar, en la dirección contraria a la que hemos recorrido, donde, por fin, pasado en Portillo de Arradia, vemos las peñas (659 m.), que llevan el nombre del santo misterioso, al que en tiempos le dedicaron una ermita en la cumbre. Planeamos la ascensión por el sur, y dejamos el coche en una recodo de la carretera al pie del monte llamado popularmente Montenegro o Monte Redondo (706 m.) en el término El Chaparral; por eso lo llaman algunos Txapardía, y mejor debiera llamarse Pinadía. En el primer tramo del ascenso al castro, encontramos un hermoso jaral de flores rosadas, ollagas y tomillos florecidos, y sobre la hierba, abundantes margaritas y algunas orquídeas. Gran parte de esta pendiente sur occidental del roquedo fue, no hace mucho tiempo, campo de labor, al que han ido cayendo muchas piedras pequeñas desde la cima, y probablemente era antaño una defensa natural del poblado prerromano. Media docena de buitres revolotean mansamente muy por encima del roquedo.

Vamos abriéndonos camino, como podemos, entre espinos navarros en flor, rosales silvestres, zarzamoras, enebrales y ollagales, hasta que se nos cierra el paso o se hace prácticamente intransitable, no lejos de la cima. En la parte más alta, bancales artificiales, con muros de sillarejo, quizás tengan relación con la custodia o culto del santuario. Tenemos que volver. Al menos, tenemos la suerte de poder admirar desde arriba el largo vallecico que se abre a nuestros pies, con una plantación de olivos en primer lugar, cerrado por el lado suroeste por una cadena de montañas, en forma de costillar inclinado, que, desde Arandigoyen y Murillo de Yerri, siguiendo por Alloz -las peñas que cierran la presa del pantano-, se espesa en términos de Irurre (Monte Redondo) y Garisoain, se eleva en Esparatz y continúa por encima de Vidaurreta, Etxarri y Ciriza, hasta dar con las Peñas de Etxauri, en el extremo sureste de la sierra de Sarbil. Al otro lado del costillar, el río Arga forma el Valle de Etxauri, en un plácido recorrido hacia Sarría y Puente la Reina.

Intentamos luego la subida por la vertiente del peñasco, donde hay una buena pista, y desde donde podemos ver las ruinas de la ermita de San Quiriaco, cuya festividad se celebra el 16 de junio. Conocido antiguamente por Quirix, Cris o Quiriaco, tuvo devoción popular en Etxauri, Pueyo, Navascués…, en parajes con culto a divinidades paganas. El nombre fue identificado con el de San Quirico, hijo de santa Julia, abogado especial de los niños. El obispo de Pamplona Lorenzo Igual de Soria (comienzos del XIX) mandó blanquearla, retocar la imagen y poner puerta nueva, al tiempo que prohibió hacer fogatas dentro, costumbre por entonces muy extendida.

Entre espinos, enebros y aulagas llegamos al pie del roquedo, con una una cavidad rocosa central, efecto de una cantera de piedra, que aqui se abrió en los años treinta del siglo pasado para surtir de áridos a la construcciñón de la la presa del próximo pantano de Alloz, cuando se abrió también la carretera, que lleva directamente a la inmediaciones de la presa. La cantera fue utilizada después, hasta hace bien poco, como aprisco, resguardado pero abierto, de ganado ovino. Las huellas son evidentes.

Esta vez el oppidum no necesitaba sistema defensivo. En la ladera meridional de la peña, por donde hemos subido antes, se encontraron fragmentos cerámicos desde la Edad del Bronce hasta el slglo II del Imperio Romano, con muestras del Hierro Antiguo (vajilla celtibérica). El ara romana, que J. M. Jimeno encontró enre las ruinas de la ermita, aprovechada como aguabenditera, contiene una inscripción de un tal Domitius Marcellus que ofrece un voto a los dioses. Pero ¿el ara siempre había estado allí? El castro es muy parecido al del mismo nombre en las Peñas de Etxauri, y todo parece indicar que se trata de un lugar destinado al culto. Un pequeño pasillo, al parecer tallado en la roca, que vemos bien desde abajo, hace de rampa de acceso al santuario, y puede provenir de la fase pagana del lugar, acondicionada siglos después. Quién sabe. No sé si para el culto que fuera necesitaban agua aquellos habitantes de estos pagos. La tenían cerca, a kilómetro y medio, en el hoy río Salado, de agua dulce desde que el Ubagua confluye en él, y en los regachos Tiladía, Ilardía y Zurundaia, que atraviesan los campos de Garisoain y desembocaban en el Salado muchos siglos antes de la construacción del mar de Tierra Estella.

La escalada a ese pasillo no es nada fácil; es ya demasiado tarde para eso, y no vamos a encontrar nada nuevo en la cumbre. Volvemos por esa carretera mencionada, subimos hasta el embalse, y tomamos el penúltimo sol en un banco de madera de la playa verde de Lerate, todavía alegre de gente.