De pictura et pictoribus (III)

* ¿Qué piensa del mundo ese joven alemán del Autorretrato, hijo de orfebre húngaro emigrante, viajero y pintor, gótico y renacentista, que busca la belleza ideal y un ideal de vida? ¿Se considera él mismo una expresión privilegidada de ese ideal? Así parecen decir esos ojos altivos y suaves, esa boca frutal, esos cabellos y barba solares, ese escote poderoso, esas manos enguantadas, ese vestido holgado. Retrato de sí mismo, ensimismado. Oh, Albert Dürer, Alberto Durero, inolvidable joven señor.

* Qué carácter, que dominio de la vida y de las cosas, en este Retrato de mujer casada, de Antonio Moro, sentada sobre el trono familiar y seguramente mercantil, desconfiada y vigilante, con sus manos anilladas y posesivas. Hasta el perrito faldero no es ya  sólo símbolo de lealtad, sino de guardia y defensa de lo suyo.

* Qué turbador y turbado el Muchacho con turbante, de Sweerts, con su ramo-ofrenda de camelias en la mano derecha.

 * Joan Miró  no sólo redujo las figuras corporales a líneas y colores, sino, en su última etapa, a células y hasta a moléculas, coloridas y  llenas de energía,  removiendo el universo.

* ¿Qué le costaba al pintor de La visita inoportuna, haber cerrado la puerta, mientras retrataba a su esplendente modelo desnuda?  Pero al verdadero autor de la pintura, Eduardo Zamacois, el motivo novelístico hacía muy atractivo el título.