De Esperanza Aguirre a Santiago Carrillo.

No es del todo cierto que el día de la muerte -física o política- sea para todos el día de las alabanzas. Un  ecritor periodista resume la vida del dirigente comunista español como la de un saquete de maldades, atribuyendo además el dicterio a Felipe González. Tampoco tras la muerte politica de la lideresa madrileña son todo buenaventuras, aunque uno de sus admiradores entusiastas diga de ella que tardará en nacer, si nace, una mujer liberal tan decisiva como la ex presidenta de la Comunidad de Madrid. El apartamiento de toda actividad de cualquier hombre público deja expedito el camino y abiertas las posibilidades a los amigos y enemigos, que sólo por eso han de estarle agradecidos. No llega aqui el furor hasta perseguir a quien huye. Y, además, ya nos dice el refrán que a enemigo que huye / puente de plata. Morir es apartarse definitivamente, huir al infinito. Buenos momentos ambos, el de dimitir de un cargo o dimitir de la vida para intentar decir algo certero de una persona, o, incluso, recordar,  para agradecérselo, algo esencialmente creativo o benéfico. Pero, dado el poco culto de los hombres de pluma, de máquina de escribir, de ordenador o de micrófonos a la verdad, raro es el intento de imparcialidad sobre la ejecutoria vital de los hombres públicos que se van. Suele ser ocasión para que cada uno se reafirme en sus opiniones, opciones o propósitos con ocasión de una vida ajena. O de elogiar en el otro una parte de sí mismo. O a sí mismo en la figura del que se aleja, cuando no intenta sustituirle durante un rato. Pero también hay algunos ensayos de totalidad que merecen nuestra laude. Lo cierto es que de los obituarios y páginas de despedidas de personas ilustres hemos aprendido todos con frecuencia  a conocerlos mejor y hasta estimarlos. También de la despedida de Esperanza Aguirre y de la muerte de Santiago Carrillo.