Contra el armamento nuclear

 

         Leyendo tardíamente la crónica del viaje del papa Francisco a Tailandia y a Japón, del que, como de costumbre, la prensa española, no informó, no me sorprendieron pero sí me conmovieron las palabras pontificias contra la prostitución en el primer país y contra el armamento nuclear en el segundo.

En el Parque de la Paz de Nagasaki, tras recordar que Juan XXIII en su profética encíclica Pacem in terris ya solicitó la prohibición de las armas atómicas y que Pablo VI, en la Populorum Progressio sugirió la cresción de un Fondo Mundial contra la pobreza con una parte de los gastos militares, pronunció en castellano palabras como éstas: La posesión de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva no son la respuesta más acertada al deseo de paz y estabildaad del corazón humano; es más, parecen continuamente ponerlo a prueba. (…) En el mundo de hoy, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo.

Y en el Parque de la Memoria de la Paz de Hiroshima, que recuerdo con emoción, ante los veinte líderes de las religiones activas en el País y ante un grupo de supervivientes de la catástrofe, a todos los cuales abrazó, recalcó conmovido: Deseo reiterar con toda conivicción que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no solo contra el hombre y su dignidad, sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra Casa Común. El uso de la energía atómica con fines de guerra es inmoral.

¿A qué político de hoy oímos algo semejante?