Conciliar lo inconciliable

Había perdido el gobierno de la Nación Antonio Maura, indicutido líder liberal-conservador, pasada la Semana Trágica de Barcelona (julio de 1909), tras la formidable presión de toda la izquierda, liberal, republicana, socialista, anarquista…, que obligaron al rey a dar la presidencia del Consejo a Segismundo Moret, jefe discutido del mal avenido partido liberal. Tras unos pocos meses de mal gobierno, la elección real recayó en el político liberal-demócrata José Canalejas, uno de los grandes hombres de la Restauración. La decepción de Maura, al ser expulsado del poder, había sido profunda y nunca se colmó del todo. Los problemas de España eran graves. Y el sistema nacido de la Constitución de 1876, con los dos grandes partidos del turno, vivía uno de sus peores momentos. Pero Maura y Canalejas habían tenido numerosos contactos antes y los tendrían después. En carta sin fecha, pero del mes de agosto de 1911, Canalejas, presidente del Gobierno, llama a su corresponsal “Amigo Maura” y se despide con un “Suyo cordial amigo“. Y le dice cosas como éstas: “Bien sabe que sus preocupaciones y sus alarmas me han impresionado mucho más de lo que usted cree. No puedo, no quiero, no debo llegar a la reunión de Cortes en octubre sin haberle convencido o sin convencerme yo. Nuestros diversos juicios acerca de la situación de España y procedimientos de Gobierno exigidos por ella parecen “inconciliables”, y es, sin embargo, obligado conciliarlos, sin que se decolore nuestra significación en la política, ni se mermen nuestros convencimientos doctrinales. Es el arte, el modus operandi, lo que debemos unificar, sin mengua del “ideal” ni de la “doctrina“. Toda una lección de democracia práctica, de buen estilo, de lo que llamaríamos consenso en el método, buenas relaciones personales y en el ámbito de las reglas de juego. Qué aleccionador para la España de hoy.