Cómo vieron a la Iglesia en España

La Iglesia católica en España, poder hegemónico cultural durante la Restauración, fiel a las directrices  de los papas,  presentó en general, en contraste cn la concepción liberal dominante en casi toda Europa, una concepción estática y fija de la sociedad, basada en la desigualdad “natural” y en la también “natural” distribución de las partes, según el principio del orden medieval. El alto clero español, comúnmente de extracción popular, no fue más allá, fuera de alguna figura relevante, de lo preceptuado por la mediocre generalidad de la doctrina pontificia, de obligado cumplimiento en todos los sectores sociales.  Una de esas figuras relevantes en el campo civil fue el poiígrafo cántabro Marcelino Menéndez y Pelayo,  mucho más influyente que sus predecesores Balmes, Donoso u Ortí Lara, verdadero creador de la historia y de la crítica literaria, así como de las ideas, estéticas o no, que puso todo su inmenso saber al servicio de su religión y de su patria. Pero su concepción de la historia de España, como una permanente contienda entre la ortodoxia y la heterodoxia (Historia de los heterodoxos españoles) y de una consustancial unidad de España con la Iglesia y la Monarquía, le restó libertad y fuerza para promover una renovación de la Iglesia  española y de un resurgimiento cultural y social a la altura de su tiempo. Pese a los esfuerzos de don Marcelino y otros seglares como él, y de todos los jerarcas eclesiásticos, la unidad política de los católico españoles no fue posible; antes bien, las disputas entre carlistas, integristas, independientes, liberales o conservadores, de una u otra facción, fueron numerosas y a veces clamorosas en torno a la tolerancia de cultos (Constitución de 1876) o a la relación con otras confesiones o con los increyentes, aunque todos  ellos tuvieran como ideal la unidad católica.- En lo que atañe a la doctrina social de la Iglesia, potenciada por la encíclica Rerum Novarrum, que venía a despertar la conciencia de los fieles ante los abusos y excesos de la revolución industrial, la Iglesia española, que ya contaba con los Círculos Católicos de Obreros,  fundados por el jesuita P. Vicent (1872), o la Junta Central de los Congresos Catóicos (1889), estrenó otras iniciativas como el Consejo Nacional de las Corporaciones Católicas de Obreros (1893),  las semanas sociales (1906), o la creación, a partir de los Círculos o no, de sindicatos católicos en el campo y en las ciudades, así como, más tarde, la Confederación Nacional Católico-Agraria y la Confederación Nacional de Sindicatos Católicos (1919).  Pero casi todas las iniciativas venían, casi siempre tarde, copiadas de otras europeas, y  casi todas ellas -salvo los sindicatos católicos-libres, fundados por los dominicos PP.Gerard y Gafo, y algunos similares-nacían con las taras de su exigente confesionalismo católico, de su rígido jerarquismo clerical y aristocrático, su sindicalismo mixto y paternalista…, lo que les hizo faltos de operatividad y, salvo en algunas zonas rurales del norte de España (Castilla y León, País Vasco, Navarra), ausentes o con presencia muy débil en el centro y sur, y sobre todo en los centros fabriles de las ciudades, donde pasaban como sindicatos o movimientos amarillos y rompehuelgas, al servicio de los patronos, faltos de autonomía, y militantemente antiliberales  y antisocialistas.