En todos los cambios de gobierno lo que más suele interesar es el cambio de gobernantes. Esta vez, empujado por la crisis económica, las encuestas, los barones autonómicos y la vieja guardia del partido, el presidente Rodríguez Zapatero, poco dado a lógicas ideológicas en las que no cree, ha rectificado parcialmente, dejando intacta su nueva y obligada política económica, aunque nombrando ministro de Trabajo a un ugetista, y cambiando mucho más en la política propiamente dicha. Ha dejado a un lado sus antiguas ocurrencias -las llaman así ahora incluso los que las elogiaron antes- (Igualdad, Vivienda, Política exterior tercermundista…); ha colmado de poder, demasiado poder, al ministro del Interior y le ha dado la compañía de un zascandil vasco (tres ministros vascos y un catalán), un todoterreno, como ahora se dice, chico para todo, para todo lo que le manden. ¿Para sostener la alianza con el PNV durante este año y medio? Seguramente. ¿Para intentar el final de ETA por todos los medios, que tan bien conoce Rubalcaba, paradigma de la vieja guardia? Está por ver: algunos indicios apuntan a eso, aunque otros no. No creo que este hombre sea el sucesor: es demasiado frío, demasiado feo y lleva a sus espaldas, nos guste o no, el lejano pero dañino GAL. ¿Puede ser el hombre del futuro un hombre del pasado, de 1982? Podemos decir, pues, que el fin del cambio parcial es sobre todo, naturalmente, electoral, e intrapartidista. Si acierta, será el presidente quien gane y quien vuelva a presentarse. Y, si no, será el hoy todopoderoso Rubalcaba el perdedor, ya demasiado viejo para quejarse.