Beatificación de Juan Pablo II

Esta vez, las televisiones españolas, que han retransmitido parcial o totalmente la beatificación de Juan Pablo II, dentro de la solemne eucaristía pascual en la basílica de san Pedro, lo han hecho mucho mejor. Esta vez, tengo que lamentar sobre todo el desequilibrado, y en buena parte sectario, artículo del teólogo Juan José Tamayo, tan benemérito por otros trabajos, publicado, cómo no, en el diario EP. Para él no parece haber habido en el papa beatificado nada de positivo, y mucho menos de heroico. Todo fue en él, como papa y personaje público, negativo, reaccionario, antieclesial: Me refiero a su manera autoritaria de conducir la Iglesia, a su rigorismo moral, el trato represivo dado a los teólogos y las  teólogas que disentían del magisterio eclesiástico -muchos de los cuales fueron expulsados de sus cátedras y sus obras sometidas a censura-, al silencio e incluso complicidad que demostró en los casos de pederastia, especialmente con el fundadotr de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel... Para Tamayo, la beatificación del papa polaco ha sido sólo un favor de su agradecido sucesor para con el autor de su ascenso en el escalafón eclesiástico. Y desde este punto confunde a los dos en la misma obra siniestra llevada a cabo en la Iglesia:  la revisión del concilio Vaticano II, el cambio de rumbo de la Iglesia católica, el restablecimiento de la autoridad papal, devaluada en la etapa posconciliar, la afirmación del dogma católico, la nueva evangelización, la recristianización de Europa, la vuelta a la tradición, el freno a la reforma litúrgica, la confesionalidad de la política y de la cultura, la defensa de la moral tradicional en toda su rigidez (familia, matrimonio, sexualidad, el comienzo y fnal de la vida)… Como se ve, mezclarlo todo, sin precisar ni matizar, en este totum revolutum, es propio de un autor que no quiere salvar nada y sí anatematizarlo todo: algo  tan impropio de un genuino progresista cristiano que se tenga por tal. Aún añade más lodo a las figuras de los dos pontírfices al final del trabajo, donde les achaca, entre otras desgracias, el haber pasado de la secularización al retorno de las religiones (sic). ¡Ni los deístas del XVIII se hubieran atrevido a tanto! O yo entiendo poco de estas cosas, o me parece poco serio y poco digno de un teólogo cristiano atacar a un papa por querer el retorno de las religiones, como si la secularización total fuese una alternativa mejor, o por afirmar el dogma católico y la nueva evangelización. Se podrá estar en desacuerdo con  ciertas  maneras de hacer todo eso, pero rechazarlo in totum, y sin distinción alguna, me parece, al menos, una grave frivolidad. Confieso que me gustaría más, en el caso  de la beatificación o canonización de  papas beatificadores y  canonizadores, y más si son contemporáneos,  que fuese una decisión tomada en un sínodo universal o en un concilio. Todo llegará. Y, la verdad, me gustaría también que los teólogos de hoy, por muy españoles que sean, tuvieran en cuenta, además de su teología propia y su particular ideología, criterios históricos compartidos por la llamada comunidad científica. universal. Prescindir de ellos al encararse con un personaje histórico como Juan Pablo II es errar de lleno a la hora de cualquier juicio sobre él.