Ante la catedral de Burgos

Me bastó esta vez mirarte desde fuera:

Bella novia de blanco,
para Dios engalanada,
ascendiendo a cada instante
al encuentro divino,
al que nunca acaba de llegar.

Blanca nave por los mares de los siglos,
trayecto inacabado,
con tus velas de piedra retadoras de los vientos
encendidas esta tarde
por la vendimiadora luz de octubre.

Filigrana de nieve corpulenta,
misterio descendido
de un cielo altísimo y severo
que viniera a explicarnos el enigna de la vida,
que no termina nunca.

Iba y venía el pueblo burgalés:
breves hormigas laboriosas o gentes divertidas,
esta tarde de sábado.

Cerca corría humilde el Arlanzón,
el único testigo
del milagro medieval.