Una sociedad enferma (VIII)

La crisis económica ha golpeado sin piedad a la actual familia deconstruida y se han multiplicado las familias enteras en paro, rompiendo muchas de ellas por la serie de fracasos que ha causado o ha colaborado a causar. Pero al mismo tiempo la crisis ha encontrado en otras familias la mayor resistencia, el único refugio de los más pobres y desasistidos. Sabido es que en España la protección oficial a la maternidad y la familia siempre ha sido menor que en el resto de Europa; y, si en los gloriosos ochenta de los crecidos gastos sociales las cifras de aquélla habían descendido mucho, a comienzos de este siglo las prestaciones en ese ámbito eran todavía el 19´6 frente al 26´4 de la Unión Europea. En ese último baluarte qiue la familia está siendo para  muchos,  no pocos abuelos, a los cuales nuestro reciente Estado de bienestar había separado de los suyos, donde solían ser depositarios de la memoria familiar y de las tradiciones, llevándolos a las doradas jaulas de las residencias, están volviendo a sus casas, o están siendo retenidos en ellas,  en las que con sus pensiones están salvando  la situación de casi medio millón de desempleados. Por su parte,  muchos jóvenes españoles, gracias también al desplome de los créditos para la compra o alquiler de la vivienda, han tenido que quedarse en casa de sus padres, donde viven el 92´5 % de  los comprendidos entre los 15 a 24 años, frente al 32 % de los jóvenes europeos de la misma edad. Los nacimientos han disminuido aún más, acercándose a los mínimos marcados en 1995, tras el final de la explosión demográfica de 1976. Con la tasa de fertilidad tal vez la mas baja del mundo (1´39), España será el año 2050 el país más viejo del planeta;  perderá nueve millones de habitantes, y la tasa de dependencia (más gente mayor de 65 años que población activa) superará el 50 por ciento, si una nueva ola de inmigrantes no lo remedia.  Pero aquella generosa oferta y  llamada a la inmigración que fue la ley de Extranjería de este siglo, única en toda Europa, que elevó a casi seis millones el número de extranjeros en nuestro país, está ya muy olvidada y  contrarrestada por las disposiciones oficiales, arriba mencionadas, de negar la tarjeta sanitaria -salvo casos urgentes, niños y mujeres embarazadas- a inmigrantes sin papeles. Así, pues, las circunstancias económicas, la nueva legislación, la dificultad de la vivienda… hacen que aquel efecto llamada se convierta ahora en efecto salida. Sólo entre 2010 y 2012 han abandonado España casi 40.000 inmigrantes, y el paro ha llegado  al 36´95% entre los  que aqui se quedan, 15 puntos superior a la media española, con las consecuencias que un paro persistente suele tener en una población no arraigada y con muy débiles puntos de apoyo en la sociedad donde vive.