Una huelga general

La huelga política que pretenda ser general, y toda huelga política suele pretenderlo, no tiene más remedio, por definición, que ser coactiva, con mayor o menor violencia. De ahí, los piquetes informativos: informativos de la coacción que imponen y van a imponer: con insultos, empellones, a veces agresiones, clavos y silicona. Como ayer en Pamplona y en otros muchos lugares de España, aunque a muchos les parezca a todos normal, con tal que no haya tiros ni muertos. Y asi se desvirtúa, se desnaturaliza, se corrompe una huelga, derecho fundamental de todo trabajador. Así no vale nada el alarde de los números de huelguistas en la industria y en el transporte, si el resultado numérico final es el efecto de la coacción más o menos violenta. Asi se desprestigian, más de lo que están, los sindicatos. Así siempre gana “la patronal” y el Gobierno de turno. Es hora ya de que sindicatos y partidos políticos en España, mimados justamente en la Transición, se acomoden, como todo el mundo, a los nuevos tiempos, a las exigencias de la nueva economía y de la nueva sociedad. Es triste decirlo, pero la realidad se impone. En Barcelona, por ejemplo, los sindicatos hacen miuy poco esfuerzo para evitar a los incontrolados en las manifestaciones. Y en Navarra y Euskadi, los sindicatos españoles quisieron coincidir con los sindicatos independentistas vascos en un mismo día de acción. Y ahí está el fruto violento de táctica tan desdichada.