Tres recorridos por la otoñada (I)

Por el ramal carretero que parte de Tiebas a Urroz, cruzamos los valles de Elorz, Unciti e Izagandoa, entre las sierras de Tajonar, Alaiz, Aranguren y la más distante de Gongólaz, admirando los todavía erguidos y luminosos chopos de guardia de los ríos Elorz, Unciti y Erro. Siguiendo a éste último, extenso y casi vertical, nos metemos por el desconocido Arriasgoiti, sin encontrar un solo coche en el trayecto, pero sí álamos, arces y serbales, casi exhaustos de bellleza. Hasta que llegamos, circundados y confortados de otoño, a las alturas del valle de Erro. Están en su máximo esplendor de majestad galana los hayedos de  Mezkiritz y Biskarreta. Atravesamos Aezkoa, que es ahora un paraíso concluso en el marco otoñal de sus latitudes celestes. Y nos asomamos en Ezcároz a un turbio y turbulento Salazar, que baja del Pirineo y del subpirineo las últimas aguas llovidas con el mismo ímpetu con que cayeron del cielo. En Esparza, bajo el encanto de un poblado rural rampante entre las ermitas de San Tirso y santa Engracia, en una casa entrañada y entrañable a la vera del río, museo de recuerdos familiares y religiosos, pasamos tres horas deliciosas para el cuerpo y el espíritu. Y, a la vuelta, nos dejamos llevar por el brillante cortejo otoñal del Salazar, con el que bajamos en picado, para pasar luego por las soledades, casi marinas, del Almiradío, con pocos almirantes, y del resonante Romanzado, entre las severas sierras de Idokorri  y de Illón. Saludamos al faro blanqui-verdioscuro de Arangoiti; contemplamos con nostalgia las frondas verdinaranjas del legendario Irati, ya sin domeñar, y enfilamos, ay, la inexorable autovía que nos devuelve, entre muchos ruidos rodantes y velocidades medidas, allá de donde partimos.