Reflexiones cristológicas (I): La cristología del siglo II

En este Adviento y en esta Navidad, en vez de los poemas biblicos y navideños que vengo publicando desde 2006, voy a ir escribiendo unas breves reflexiones cristólogicas centradas en los primeros cuatro siglos de nuestra historia cristiana, cuando se elaboró y fijó, en medio de verdaderas tormentas culturales y sociales, el primer Credo de nuestra fe.- Los pastores y maestros de la Iglesia del siglo II -Clemente Romano, el mártir Ignacio obispo de Antioquía, el filósofo y mártir griego Justino, Melitón obispo de Sardes o Irineo martir y obispo de Lyon-, que se nutrían de los escritos del Nuevo Testamento y de la tradición de la cercana Iglesia primitiva, profesaron la fe en Jesús de Nazaret, como verdadero Dios y hombre, como un solo Cristo. Judeocristianos y paganocristianos, bajo la guía de sus obispos, mártires y confesores, defienden la misma fe dentro de sus diferencias lingüísticas y culturales. La oposición a ebionitas, marcionitas, gnósticos y docetas (para los que el cuerpo de Jesús no es más que mera apariencia), les lleva a resaltar la realidad humana de Cristo y a la vez, frente a muchos de los racionalistas gnósticos, su verdadera divinidad. Son las dos raíces históricas de las dos grandes y futuras herejías: la no humanidad y la no divinidad del Señor Jesús, como le llama el apóstol Pablo. Pero todavía no se elabora una doctrina de las dos naturalezas en el sentido posterior,  técnico, de la palabra. Sólo el obispo Melitón ofrece algunos tímidos inicios en esa dirección filosófica. El interés por los misterios de la vida de Jesús, la tipología y las múltiples referencias al Antiguo Testamento hacen que la imagen de Cristo, a quien predican, adoran y aman, y por quien entregan generosamente su vida, no sea una figura estática y abstracta, objeto sólo de análsisis de laboratorio filosófico y de polémicas a veces feroces, como ocurrirá en tiempos posteriores, sino una imagen vivísima, dinámica, pastoral y seductora. Surge en todos ellos la cuestión de las relaciones entre el Padre y el Logos (el Hijo), y por tanto la cuestión del monoteísmo cristiano, herencia del judaísmo, frente al politeísmo pagano, pero con la singularidad cristiana de la Trinidad. Ya, hacia el año 172, el filósofo pagano Celso, contra quien escribirá mas tarde el filósofo alejandrino cristiano Orígenes, presenta a los cristianos ante el dilema de “docetismo o transformación de la divinidad”: o bien la Encarnación, pofesada por los cristianos, es mera apariencia (dokeín), o significa una transformación de la Divinidad en un cuerpo mortal. Se trataba de la sustancia misma del mensaje cristiano.