Las catedrales (I)

 

           La celebración del VIII Centenario de la catedral gótica de Burgos (1221) ha sido el motivo de la nueva exposición Lux: Fe y arte en la era de las catedrales en la misma catedral y espacios aledaños, dentro de la 25ª edición de las Edades del Hombre, en la Comunidad Autónoma de Castilla y León. Desde los precedentes prerrománicos y los albores del románico hasta el Renacimiento (e incluso, hasta el baroco), la luz natural, que va penetrando, cada vez más, el interior de los templos, es la luminosa metáfora de la luz divina, que nos llega a través de Cristo (Lux Mundi) desde la Jerusalén celestial, la Civitas Dei, irradiadora de claridad y de belleza.

Las catedrales, cabezas de las iglesias locales, fueron los centros principales en casi todas las grandes ciudades europeas, donde se llevaron a cabo los grandes progresos técnicos y artísticos de todos esos siglos. Metáforas ellas mismas de la iglesia militante, peregrina en la tierra; de la Iglesia doliente, que espera, tras la muerte, la luz definitiva, y de la Iglesia gloriosa, que logró el gozo de la salvación, se convirtieron, en el tiempo de las catedrales, en el elemento visual más significativo de la nueva religiosidad. Muchas de ellas se dedicaron a Santa María, Madre de Dios, mediadora y reflejo de la luz de Cristo: tal aparece en la vidriera de la Asunción, de Arnao de Flandes, en el convento de las Úrsulas de Salamanca. Sedes (seos) y cátedras de los obispos diocesanos y archidioscesanos, fueron a la vez signos primordiales de identidad colectiva en las ciudades y regiones donde se implantaron.

En una red devocional de peregrinaciones, romerías y fiestas, que atraían a miles de devotos y peregrinos, las catedrales contribuyeron notablemente a la conciencia de la unidad cristiana (cristiandad), que durante siglos se confundió con Europa. El Camino de Santiago, en el que se sitúan las tres sedes de las Edades del Hombre de este año, es el Camino de los caminos de la fe y de la esperanza, que pasan cerca de las catedrales y de los santuarios menores, que las representan. En la muestra burgalesa nos lo reccuerda la talla de Santiago, del siglo XII, procedente de la Colegiata de Covarrubias.

A partir del año 1000 se fueron consolidando las sedes diocesanas más antiguas y se crearon otras muchas dentro y en el entorno de las catedrales, con sus obispos y cabildos capitulares. Tuvieron estas  a su vera no pocas veces hospitales y también escuelas catedralicias, origen de Estudios Generales y futuras Universidades.

Numerosas imágenes y tallas, procedentes esta vez de toda España, comenzando por Burgos, ilustran y enriquecen la muestra: sillas epsicopales, cálices, mitras, báculos, anillos, relicarios…, junto con objetos que revelan la intensa actividad constructora de los  templos y de los muchos oficios que tomaron pàrte en ella: proyectos de obra, trazas y plantas, maquetas, imágenes de Las Cantigas, pinturas, laudas, lápidas, vidrieras, misericordias, libros de fábrica, motones…, procedentes de las catedrales castellanas y no castellanas de toda España.

Los reyes hispanos fueron los mejores protectores de las catedrales, y no sólo por su financiación y donaciones. Los siguieron muchos nobles, mercaderes burgueses, gremios y corporaciones, y siempre el pueblo local, sencillo y fiel, con su óbolo y sus trabajos personales y comunales. Un testimonio real, entre otros muchos, son los espléndidos bultos policromados de los Reyes Católicos, obra de Felipe Bigarny, proveniente de la Capilla Real de la catedral de Granada.