Don Torcuato

No es este cuaderno de bitácora un lugar de notas necrológicas, ni pienso en este caso hacer una de ellas. Más bien, tiene que ver con mi vida, con una de las necrosis de mi vida. Es el caso que ayer, al abrir la páginas de las esquelas fúnebres, me encontré con que había muerto don Torcuato. Se me había muerto don Torcuato, a los 94 años. Le conocí en sus enérgicos y activos setenta en la parroquia a la que pertenezco y él pertenecía en su casa de Pamplona.  Había yo leído su nombre al pie de algunas cartas publicadas en DN, especialmente contra la banda  terrorista ETA. Nacido en una familia muy carlista de Arraiza, fue capellán castrense por esos mundos de Dios, hasta que se retiró en Pamplona. Un día, cuando aún estaba yo en el Parlamento Europeo, se me vino a casa sin previo aviso, le recibió mi madre y pasamos a mi despacho. Venía a traerme la carta que le había escrito el arzobispo de Pamplona prohibiéndole escribir en los periódicos. Le animé entonces a que, si no podía hcer otra cosa, escribiera con seudónimo. Según él, al prelado le había disgustado una carta que había escrito contra el obispo Mons. Setién. Seguimos viéndonos. Llegó el dia en que ya no le ví en el altar, sino en los bancos de los fieles. Se puso  después enfermo. Se recuperó. Algunos días, paseamos por los glacis tomando el sol o la sombra. Oía con regularidad a don Federico en la COPE  de entonces y le ponía a cien. Yo le quitaba hierro a lo que él oía y le recomendaba que oyera también otras emisoras. Dejé una  temporada de verle y llamé a su casa. Se había retirado a su pueblo natal , donde solía pasar los veranos y las navidades, y estaba allí con sus sobrinos, contento. Prometí ir a verle. No fui. Pasaron los meses y los días. Hace unos meses, recordándole al pasar por los  mismos glacis y al estar en la misma iglesia, hacía propósito de llamarle a su casa del pueblo. Una y otra vez. Un día y otro. Y nada. Se me olvidaba al llegar a  mi   casa. Hasta que he visto su esquela.  Dios mío, qué disgusto y que humillación. ¿De qué sirve rezar en su recuerdo, si uno no es capaz de acordarse de llamar por teléfono? ¿De qué sirve siquiera ir al funeral después de esa falta de responsabiidad? No es, la verdad, la primera vez que me pasa. Pero cada vez me pesa más. Para colmo, por problemas de agenda, como dice la gente importante, no he podido ir al funeral ni puedo ir al que se celebre en nuesta parroquia en un día proximo. Así que sin saber qué hacer con la rabia que tenía, y que tengo siempre  que me viene a la memoria don Torcuato, no he tenido más remedio que dejarlo ecsrito aqui. A pesar de que soy  del todo remiso a convertir esto en un diario intimo. Y tampoco en una necrológica, porque no acabaría. Parce mihi, Torcuate amice.