“Converso”

 

     Para entender el documental premiado (2017) del publicista y cineasta navarro David Arratíbel, que lleva este título, es menester comenzar por la filología. Converso: ¿adjetivo nominativo o primera persona del presente de indicativo del verbo conversar? Con-vertere significa: volver o volverse con; volverse a o hacia alguien. De donde viene tanto con-vertirse a... o conversar con. Muchas veces en la historia se han confundido conversiones con conversaciones, como que toda conversión genuina es un encuentro, una conversación con el el Dios vivo. Creo que aqui, al menos en dos casos, cuyos relatos nos son mejor conocidos, nacen de conversaciones, ocasionales si se quiere, como la de María -la personalidad más cinética en la pantalla- con el monje de la Oliva, que le vende un rosario, a la que sigue su experiencia epifánica, seguida de otras conversaciones con el  Dios encontrado y con otros hombres que acompañan sus reflexiones y movimientos posteriores. Y así se intuye que sucedió en todos los otros casos. Y en esto consiste la película: una conversación tanto tiempo esperada y terapéutica, precisamente por espontánea, sobre cuatro conversiones en la misma familia, y un conversador, el autor del documental, no se sabe si también, de una u otra manera, converso. Parte Arratíbel de su malhadado desasosiego al sentirse como extraño dentro de un hogar de conversos. Pero, si la conversión es sincera, si la fe se vive con normalidad, ¿cómo no va a hacerse notar, a brillar por su presencia, en la intimidad de una familia que se quiere y se comunica? La gracia no sustituye a la naturaleza ni cambia las cosas normales de la vida, pero está para esplender con luz propia sobre los tejados y no puede esconderse bajo el celemín, tampoco en las cocinas y en los cuartos de estar. Así que el desasosiego de David y su curiosidad artística le hace dar con la conversación quiciosa, que reune a todos los testigos y les hace hablar lisa y llanamente, para gozo y lección de los espectadores, sobre la presencia del Espíritu en la tribu familiar de los Aramburo-Arratíbel-Tellechea. De manera austera y elemental: un móvil, una cámara, una habitación, una mesa. De manera franca y libre, donde no falta la campechanía y la sinceridad de todos y el humor sobre todo del autor y de su hermana mayor. Esta es la primera virtud del trabajo cinético; su intensa y alegre verdad, tan intelectual y voluntaria como sentimental, tan completa, tan humana, sin exceso alguno y sin deriva alguna hacia los extramuros. Y para lo que estamos acostumbrados en esta sociedad frívola y frágil, algo casi heroico. – Téngase en cuenta que no se trata de conversiones a la fe católica desde el paganismo, el ateísmo antiteo o desde otra religión cualquiera, sino desde una práctica de fe abandonada, o, en todo caso, desde un agnosticismo dudoso, porque, excepto, al parecer, uno de los personajes, los demás habían recibido en la infancia y en la adolescencia una educación cristiana. Ahora bien, la anécdota sirve igualmente para entender en la catíolica Navarra el fenómeno de eso que se llama, demasiado simplemente tal vez, la descristianización o paganización de nuestra sociedad. ¿No habrá, v.g., en Arabia Saudí islamistas que se convierten al Islam? ¿O budistas en el Tibet que se convierten al budismo? ¿Alguien se atrevió a decirlo? Lo cierto es que aqui también se manifiesta esa Navarra actual, tan distinta de lo que fue, al menos aparentemente, y es otro mérito del documental, pero en el doble sentido de la pérdida de la fe y del encuentro, de la deserción y de la conversión. – Otro personaje capital del documental es la música, y la música de órgano, profesión del marido de María, Raúl del Toro. El Dios vivo no es sólo el Dios de la justicia, el Dios justo, que atrajó los empeños juveniles de la madre, Pilar Aramburo, anque luego su acción política la llevara a prescindir de Dios. Es también el Dios creador y conservador del orden y de la belleza del mundo, que pocas artes como la música sabe revelar, hasta elevarnos a la misma orilla del infinito celeste, hasta el cielo de Dios. Y en el film la música está siempre presente: en el cuarto de estar, en la escuela de música, en el templo… Y al final, todos, incluidio el autor, conversos y conversadores, cantan a capella a los pies del presbiterio de la iglesia del Salvador de la Rochapea, de Pamplona, donde toca Raúl.- Un regalo de belleza. De verdad. De fe. De valentía.