Catedrales

En Alcalá de Henares, actual sede episcopal, pero durante siglos residencia veraniega de los titulares arzobispos de Toledo, no hay catedral. Hay una hermosa colegiata dedicada a los niños mártires Justo y Pastor, verdaderamente catedralicia, incendiada y destruida por dentro en la guerra civil, pero no catedral. Lo que me trae la nostalgia de la vecina de Sigüenza y otras más lejanas, y el recuerdo fresco aún, de dos libros, el de José María Pérez (Peridis), La luz y el misterio de las catedrales, y el de José Luis Corral, El enigma de las catedrales. El primero es más conocido por sus singulares viñetas en El País; es, además, arquitecto, celoso recuperador de numerosos templos románicos rurales, editor de la serie Las claves de románico, y presidente de la Fundación Santa María la Real, con sede en Aguilar de Campóo. Peridis califica a las catedrales, entre otros méritos y valores, luz y espectáculo, innovación y tecnología de la época. Escribe, por ejemplo: El cuerpo deja de pintar, el alma se eleva a la luz, lo que importa es la consistencia de la materia. El templo persigue la elevación por la ligereza. Hay otra búsqueda de espiritualidad en el cambio de la pared por la vidriera, es una técnica que se asemeja a la de los rascacielos. José Luis Corral, novelista, fascinado por catedrales como Burgos o León, y sobre todo por ésta última,  pero buen conocedor de otras muchas más, españolas, europeas y americanas, nos regala su entusiasmo por ellas: En su interior, una catedral gótica semeja una especie de acumulador de luz mística, pues no en vano está ideada para provocar en el ser humano la sensación de estar recibiendo toda la luz y la energía de la tierra y del cielo. (…) Una catedral es también un texto semiótico, que contiene un mensaje expresado a través de unas claves que es preciso conocer para poder en tenderlo en su totalidad. – Lo que pretenden estos dos autores; lo que yo creo a la vez que es necesario y  también urgente, es que la gente, sabiendo qué es y qué simboliza una catedral, se acerque a ellas, no como si fueran un palacio, un museo más (aun religioso), o una exposición de arte medieval, sino que sientan (es decir, vivan) – y mejor, tal vez, en silencio- esa única emoción de lo sublime, de lo trascendente, de lo divino. Que para eso se hicieron las catedrales. Lo que no deben de  saber, por lo visto y oído no pocas veces, no sólo ciertos/as guías, sino tampoco ciertos escritores, animadores culturales, editoress, publicistas…, carentes de lo eseucial, que nos distraen con naderías o con erudiciones que no son decisivas. Y hasta… algunos canónigos de las mismas catedrales.