Cuento soñado

 

            Tenía prisa y cogí automátiamente el paquete, en forma de envoltorio, que me habían traído esa mañana y bajé a buen paso desde el segundo piso de mi casa. Estaba oscureciendo, Al salir a la calle, miré hacia arriba y vi que había luz en la cocina. Entonces sentí que no habia saludado a mi madre y me prometí volver pronto para hacerlo.

Tuve mi primera sorpresa cuando, a los pocos metros, me encontré con la tía Marina, vecina de mi casa, quien miró hacia el envoltorio que yo llevaba en mi mano derecha y se puso a llorar desconsoladamente -¿Qué llevas ahí? ¿Qué llevas ahí?, comenzó a gritar. Pero yo tenía prisa, no suelo hacer mucho caso a la tía Marina, y seguí mi camino, bordeando el regacho, por el estrecho camino que corre parejo a casa Sabino, para salir al rellano de los plátanos frente a las askas de la fuente. Allí me encontré con Merceditas que me djo venía al teléfono público. Pero en esto miró hacia el paquete que yo llevaba algo disimulado en mi mano derecha y comenzó también a llorar desesperadamente y a gritar: ¿Qué llevas ahí? ¿Qué llevas ahí?

 Esta vez sentí un fuerte calambre en mi mano derecha y tuve que dejar el paquete-envoltoriio que cayo al suelo haciendo un enorme ruido. Eché a correr carretera abajo y llegué hasta casa Pardo, mientras se hacia noche negra de repente.

Eran las cinco de la madrugada. Encendí  el foco de la mesilla y recordé que sólo había cenado una manzana para tomar la couldina contra la congestión. Tal vez tenía un poco de fiebre. Luego pensé sí acaso  fue el negro cuento de Ambrose Bierce, Aceite de perro, que leí a comienzos de semana. No había manera de reatrapar el sueño.