Archivo por meses: abril 2010
Las manzanas de Rajoy
La greguería …
El fatal desenlace. Casi todos los fatales desenlaces no son fatales.
Se agita Suráfrica
La gente va al bar…
La gente va al bar más que a beber, a con-beber. Y con-beber en el bar es con-vivir.
Lo peor de las parejas de derecho es que no sean, a la vez y siempre, de hecho.
¡Estamos buenos!
Domingo de Pascua
Él fue
el primero.
Se dejó ver.
(El griego nos dice:
ofzé).
Los que le amaron
le vieron
y no dudaron.
Y vívamente creyeron
en Él.
Vencedor de la muerte y mensajero
de la vida.
Como un amanecer.
Así de sencillo
y certero
fue.
(El griego nos dice:
ofzé)
Él solo
es
el autor y el destino señero
de nuestra fe.
El entierro del Señor
Dejemos que dirija la difícil tarea
el miembro respetable del Consejo,
que espera también el reino de Dios,
José de Arimatea, un hombre justo,
tal vez discípulo secreto del Maestro,
por miedo a sus colegas.
Le ha dado permiso su amigo Pilato
para descolgarle de la cruz
y enterrar el cadáver en un sepulcro nuevo,
excavado en la roca cercana.
Dejemos que le ayude su amigo sanedrita
Nicodemo,
que, una noche, fue a ver a Jesús,
y, un día, se atrevió a defenderle
delante de todo el Sanedrín.
Ha traído una libra de mirra y aromas
para cubrir el cuerpo ensangrentado,
deshecho por la cruz.
Dejemos que el grupo de criados
termine su duro y delicado menester.
Dejemos que observen a distancia el entierro
las valientes mujeres galileas,
animadas por María de Magdala,
las mismas quue estuvieron en el Gólgota
mirando de lejos la muerte del Maestro.
¡Porque no les dejaron colocarse más cerca
los soldados romanos, inflexibles,
igual que a sus parientes que estaban con ellas!
Prepararán aromas por su cuenta
y mañana temprano volverán al sepulcro.
Dejemos que la noche del Sábado
cubra compasiva
los charcos de sangre del Calvario
y el crimen más horrendo que registra
la historia de los hombres.
La muerte del Señor
No. No quería morir el Maestro.
Él no vino a este mundo a morir en la cruz.
¿No era su Padre Dios
-el Abba de su tierna y constante plegaria-
un Padre amoroso y cercanísimo?
Dios no pudo enviarle al tormento y a la muerte afrentosa.
Ni Júpiter haría tal dislate.
No se vengó con él.
Ni le hizo pecado y maldición
para expiar en su sangre los pecados del mundo.
No era el Cristo aquel macho cabrío arrojado al desierto,
ni un cordero sin más desangrado la víspera de Pascua.
Cerrad esa boca loca, teólogos blasfemos,
antiguos y modernos.
O explicad mejor a Pablo, Lutero o Agustín
y a todos los que luego escribieron al dictado
de esa moda infamante, adornada de arcaica teología,
que hace a Dios verdugo de su Ungido,
de su dulce Palabra nazarena,
de su Verbo florido de parábolas.
No sea que los pocos creyentes en la vieja cristiandad
-ahora que no queda ya nada ni nadie en quien creer-
escapen espantados al oir
la mayor de las blafemias de la historia.
Y decid de una vez que al Calvario le llevaron
no los muchos, infinitos, pecados del mundo
-alta abstracción tramposa e incompleta-,
sino los muy concretos sumos sacerdotes,
los ancianos aristócratas,
algunos fariseos y escribas,
los altos funcionarios herodianos
y el miedo y cobardía del señor Procurador,
Pontius Pilatus,
moderado y liberal
al decir de Josefo,
y que sólo temía que algunos le llamaran
enemigo del César.
El Maestro quería
seguir anunciando a las gentes el reino de Dios,
la inversión de valores,
la libertad de todos,
el amor y la justicia como claves del mundo:
toda la vida hecha pro-existencia.
Tras dos años de empeños incesantes
haciendo siempre el bien,
rodeado de pobres y excluidos,
amado por los hombres de limpio corazón,
tropezó con la ira de unos,
con la envidia de otros,
con el odio religioso y político
de algunos más.
Nunca pensó en defenderse
por medio de la fuerza y la violencia
como Atronges, Simón o Judas Galileo,
pasados por la espada de Roma.
Con astucia y mentiras le cercaron:
era débil para ellos la alimaña.
Nadie tuvo el arrojo de salir a defenderle.
Los poderes del mundo ya se sabe,
de cualquier color que sean,
no perdonan jamás el peligro y la sospecha.
En una cosa, sí,
aciertan poetas excelsosy rancios teólogos:
todos en él pusimos nuestras manos.
Porque, puestos en escena,
habríamos hecho todos
en una u otra ocasión,
más o menos, lo mismo
que hicieron, aquel viernes de Nisán,
los judíos,
los romanos.
los variados peregrinos llegados de la Diáspora
por la fiesta pascual.
Lo hemos hecho, después, en veinte siglos,
millones y millones de veces por el mundo
con millones y millones de víctimas humanas.
Por eso siempre aciertan los teólogos confusos,
al decir, con razón indirecta,
que por todos murió,
Salvador definitivo, escatológico,
el Bendito de Dios.
Es muy cierta verdad.
Somos todos los muchos
por los que él derramó la copa de su sangre,
según Marcos en la cena del jueves.
Mas no digáis por eso,
hermanos queridísimos,
que Dios le destinó, implacable, a ser crucificado.
Y decid de una vez,
con nombres y apellidos, si es posible.
añadiendo el oficio,
quiénes le subieron a la cruz,
el viernes de Nisán: hoy Viernes Santo.
Jueves Santo. La cena del Señor
Fue una cena casi clandestina.
Había decretado el Sanedrín su muerte.
Jesús presintió que su fin se acercaba.
La tarde del jueves, antes de los Ázimos,
quiso despedir a sus discípulos,
previendo que no volvería a cenar con ellos
hasta que llegara el reino de Dios.
Solía el el jefe de familia en Palestina,
después de levantarse de la mesa,
tomar en sus manos la torta de pan
y, tras decir sobre ella el ritual de alabanza,
trasmitiendo bendiciones para todos,
la partía en trozos que iba repartiendo.
Al final de la cena, el dueño de la casa
tomaba, sentado, en su mano derecha,
una copa de vino escanciada para él
–la copa de bendición-,
y despues de recitar sobre ella
la acción de gracias, bebía de su copa
y todos los presentes bebían
de aquéllas que tenían en sus manos.
Aquella noche del jueves, el Maestro
tomó en sus manos el pan
y, dadas gracias a Dios,
se lo dio a sus discípulos diciendo:
– Este es mi cuerpo, entregado por vosotros.
Haced esto en memoria de mí.
Y tomando la copa después de cenar:
– Esta es la copa de la alianza nueva en mi sangre,
derramada por vosotros.
Cuantas veces la bebiereis,
hacedlo en memoria de mí.
No iba a beber el Maestro el jugo de la vid
-lo dijo emocionado-
hasta beber del vino
nuevo en el reino de Dios.
Era la sangre martirial de los profetas
de Israel.
Era la sangre del Siervo de Yahvé que cantara Isaías.
Fracasada su misión itinerante
de predicar el reino
por toda Palestina,
les deja a los suyos el encargo misionero.
Toda su vida fue entrega absoluta.
También su muerte es fruto de la entrega.
Pálida de muerte salió esa noche
la bella pleniluna de Nisán.