Aconitum Anthora

Alfredo Rodríguez, un poeta joven navarro de versos muy maduros y fogosos, me envía su último libro De oro y de fuego, en una de cuyas solapas nos dice, como quien no quiere la cosa, que hace unos meses padeciió una grave enfermedad y que tuvo un hijo: dos supremas noticias que hacen la vida, que cambian la vida de cualquiera. Pero Alfredo tiene un mundo poético propio, muy suyo, clásico de  fondo, actual en la forma, en el que dice todo eso y mucho más. Cualquiera de sus poemas lo revela, lo que ya es una garantía de verdad y de coherencia. Por ejemplo, éste, que habla del veneno de la poesía:

Todos los versos, el Verso, el activo
venenoso, altisina la mortal,
relajante jarir
que por dentro me quema,
lo que de juventud aún queda en mi sangre,
la entrada en cautiverio.

Lo único que tengo,
qué más puedo pedir,
la única esperanza de explicarme,
sit
    tibi
          terra
                  levis -decían los Antiguos

y que la vida valga sólo por el Placer,
sea fuego en el fuego.