Tercer Domingo de Adviento

                (Sobre la IV Égloga de Virgilio)
                                
                                      III

Cuando el niño comience a leer la historia de sus héroes,
las blandas espigas brillarán en las sernas  terrosas,
rojizos racimos colgarán de las cepas incultas
y las duras encinas sudarán rocío de miel.
Pero el mal morará todavía en las gentes mortales,
cruzarán los océanos las naves de la guerra,
volverán a cubrirse las urbes de murallas,
volverán los Aquiles y los cercos de Troya.

Al llegar el muchacho a la edad viril y virtuosa,
se mostrarán los signos de los tiempos ubérrimos:
sobrarán los arados y las bélicas naves,
las murallas, los yugos de los bueyes,
y aun las podaderas.
Los carneros mudarán el vellón en los prados,
al gusto de sus dueños,
y pastando no más en la hierba verdosa
vestirán de escarlata los blancos corderillos.
Las Parcas implacables y los Hados numínicos
dirán a los husos obedientes:
corred y triscad, oh siglos venturosos.