Como comemos tanto y tan bien, cada día se nos hace más inimaginable no ya el cómo se pasa hambre, sino hasta que haya gente con hambre. Estos días hemos leído, junto a noticias de manifestaciones sangrientas a causa del hambre, cerradas con una porrada de muertos, en Haiti o en Camerún, las palabras de Jean Ziegler, enviado de la ONU para asuntos alimentarios, que confirman que la crisis que sufren ya muchos millones de personas en África, Asia y América, no ha hecho más que empezar. Y lo que puede parecer curioso para algunos es que en la crisis tiene mucho que ver el problema de los biocombustibles. Pues, sí, lo tiene. Dejando ahora a un lado las consecuencias para el medio ambiente, positivas y negativas, de la producción y del uso de los biocombustibles, para el sector alimentario sí que son innegables. Al comenzar a utilizarse el suelo agrario para el cultivo directo de bioetanol (maíz, sorgo, remolacha, caña de azúcar, trigo, cebada) o de biodiésel (aceites vegetales, soja, colza), en vez de aprovechar los restos de otros cultivos, se ha comenzado a producir un efecto de competencia en la producción de productos alimenticios y de biocombustibles, haciendo aumentar vertiginosamente el precio de aquéllos. En Argentina, p. e., las plantaciones para biocombustibles, mucho más rápidas que los pastos para vacas, duplicó o triplicó el valor de la carne de vacuno, alimento principal en el país. En Méjico, la compra de maíz para producir biocombustibles en Estados Unidos, primer productor en el mundo de bioetanol (36%), junto con Brasil (33%) y China (7´5%), ha duplicado y triplicado el precio de la tortilla de maíz, comida básica de los mejicanos. Y hasta en Italia (productor importante de biodiésel, con un 7%) ha subido el precio de la pasta, en España el del pan… Y para qué hablar de India, China o Indonesia, que se suman con entusiasmo a esta carrera loca, dejando desabastecidos muchos mercados mundiales de alimentos básicos, quitando suelo al arroz, primer alimento mundial, y haciendo subir los precios en todo el mundo, con el argumento o pretexto, muchas veces, de reducir el precio del petróleo o combatir el cambio climático. Ya hay dirigentes y científicos que piden una moratoria en la producción y uso de los biocombustibles. La soberanía alimentaria es uno de los primeros derechos de la humanidad, de toda ella. Y el hambre es el jinete, no del Apocalipsis sino de la muerte, más seguro y más veloz.