En Portegado (y II)

 

         Hechos los saludos y todo eso, incluidas las referencias al frío y a todos los fenómenos climáticos, y visitada la ermita más minúscula de la Cristiandad, nos olvidamos de preguntar por el nombre del monte Gurugú, que así se llama el trozo de tierra en el que posamos nuestros pies y hemos dejado posar las ruedas del coche. ¿Le puso el nombre algún soldado funesino, que salvó su vida en aquel lugar trágico de la guerra de Marruecos? Luego nos ponemos a mirar despaciosamenre la nueva llanura a nuestros pies, con la asesoría del más locuaz de los paisanos: una franaja amarilla de cereal en rastrojo; una viña en puros huesos: varios cuadrantes de espárragueras, y el resto, todo verde duro y enrrollado de bróculis.

Antes, todo esto era viña. Después, espárrago. Ahora, bróculi.

Delante de nosotros, ¿quién lo iba a decir? una repisa alta de casas de Aldeanueva de Ebro. Así que tenemos, por este lado, tras el somontano de los cultivos, el otro gran río de Navarra, que debajo del cercano Milagro recoge al Aragón, en el que hemos visto desembocar el Arga. Funes es una villa interfluvial, trifluvial, más que ningún pueblo de Navarra. Más hacia el sur, apuntan los caseríos difuminados de Alfaro y Castejón. Y al noroeste, se presienten las tierras, también aluviales, de Azagra, San Adrián, Andosilla… y es bien visible el chafarrinón parcial de Calahorra, la urbe celtíbero-romana-vascona de la comarca. Una vez bien situados en el mapa de Dios, pasamos a charlar sobre Funes. Nos enteramos así de su creciente demografía desde finales del siglo pasado; del doblamiento de la población en ambas márgenes del río, dejando lugar en la parte alta del pueblo viejo a los inmigrantes; de la continua lucha contra las avenidas de Arga tras los lluviazos;  del rico comunal de la villa; de la riqueza agrícola, mal repartida; de las industrias recientes… Como que sí, como que no, llegamoa a mencionar a los inmigrantes árabes, que por estos pagos llaman moros.

¿Y los moros no suben por aquí?
 -Aqui no vienen. Si vienen, los echamos.

Casi todos ellos vienen de Marruecos. Primero, vienen los varones, que trabajan a varios kilómetros a la redonda. Luego, se traen a sus mujeres y críos. Ellas, por lo regular, no trabajan, y viven de la renta básica. Cuando son chicos, están con los chicos del pueblo en la escuela. Pero cuando se hacen mayores, sobre todo las chicas, sólo están entre ellas y enre ellos, con alguna excepción.

-No se van. No creo que se vayan.
-Pero, si no estarían ellos, todos esos campos estarían liecos.

Y luego el paisano del gorrito negro, que es más callado, saca a relucir a don Ambrosio Eransus, que yo conocí en la última etapa de su vida. Nacido en Mendióroz, fue ya de seminarista hombre de armas tomar. Después de la guerra, como bien recuerda la paisana que no deja la silla, misionó en el pueblo de Castilblanco (Badajoz), un pueblo de memoria trágica en la II República, y en los cincuenta fue párroco de Funes. Todo le recuerda: la ermita, el olivo delante de ella, el monumento al Sagrado Ccorazón, el vía crucis de hierro, que tiene delante de la ermita una de las estaciones,,., que van hasta el Barranco. En todos los pueblos donde estuvo dejó erigido un Via-crucis. Los cuatro funesinoss eran chicos entonces y tienen muchas anécdotas sobre él.

Cuando el más locuaz de los paisanos me oye contar cosas de don Ambrosio, dice que así le gusta la gente: que sepa historia y que le guste la historia, que es lo que repite cuando sale al corro la figura de Sancho Garcés IV, el despeñado en Peñalén, valga el aforismo. Y de despeñados en Peñalén en tiempos cercanos nos cuentan alguna escena macabra. Ha leído también nuestro amigo un libro de historia, y evoca al rey Sancho el Gordo (Sancho I de León), tan gordo, que no podía montar ni al caballo ni a la mujer.

-¿Qué sabes tú? le interrumpe entre risas la paisana de la silla.
 -Yo sé eso, y mucho más.

Y nos cuenta la salvaje manera con que le hicieron perder 120 kilos, para que pudiera hacer una cosa y otra, pero sobre todo reinar.

Por cierto, este buen Sancho –el Craso, lo llaman los mas finos- era nieto de la gran  reina Toda, esposa del primer rey navarro y tía abuela de Abderramán III, con el que se entendió muy bien. La paisana ha oído hablar de la reina Toda y sabe que está su sepulcro en el monasterio de Suso. Con lo que la cultura de las mujeres se celebra en el corro, y los paisanos no tienen razones para negarlo.

Pero la tarde va cayendo y oscureciédose encima de Aldeanueva de Ebro, y nosotros queremos dar una vuelta, aunque sea rápida, por la doble villa, fluvial y montana al mismo tiempo, de Funes, villa de los Aznarez y de los Peralta, de Santiago (el patrón, ya no matamoros) y San Miguel (la ermita), no muy lejos ambos del Centro Cultural Islámico en el barrio más pobre del pueblo.