El gobernador Sancho

 

     Sufriendo como sufrimos la desgracia de tantos malos gobernadores, cerca y lejos, en nuestro mundo de hoy, me parece hasta ejemplar el discurso de Sancho, en el capítulo XLIII de la Segunda Parte de El Quijote. Cuando, tras oír los primeros consejos de su señor  para el gobierno de la ínsula prometida, el buen escudero llega a dudar de la voluntad real de aquél, que le considera poco después un costal lleno de refranes y de malicias:

Señor -replicó Sancho-, si a vuestra merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aqui le suelto, que más quiero un solo negro de la uña de mi alma que todo mi cuerpo, y así me sustentaré Sancho a secas con pan y cebolla como gobernador con perdices y capones, y más, que mientras se duerme todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuestra merced mira en ello, verá que sólo vuestra merced me ha puesto en esto de gobernar, que yo no sé más de gobiernos de ínsulas que un buitre, y si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno.