Cuando la democracia se vuelve loca

 

        El cardenal arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin, uno de los prelados franceses más interesantes ,ha pasado unas horas en España. En una de las entrevistas ha hablado de Francia. de la inmigración, del peligro yihadista… Me han llamado la atención algunas de sus palabras sobre la democracia, un sistema bueno y sano, pero que, cuando se vuelve loca, puede convertirse en algo peligroso. Por ejemplo, cuando se eleva al absoluto la tansparencia, de la que tanto se habla y hoy tan de moda, y que puede convertirse en terrorismo voyerista. Hay que decir la verdad, claro; hay que contar esa verdad, pero sin quebrantar otros derechos. Pero ¿quién habla de derechos como no sean los propios? El cardenal francés es demasiado discreto, pero por ciertos ejemplos de la vida política francesa que aduce, intuyo que se refiere a todo ese mundo del constante y permanente afán de información (o de novedades, de chismes, de morbo), que nos abruma, que nos envuelve, que no nos deja un segunddo quietos; que quiere y puede saberlo todo, desvelarlo todo, filtrarlo y publicarlo todo; que quiere y puede sospechar, amenazar,  descalificar, insultar, injuriar, calumniar… sin respeto alguno por eso que se llama todavía honor, fama, honra, intimidad (y no digamos: verdad) ¿De qué sirven tantas veces las leyes que dicen proteger todo esto, si fuera de algunos casos de personas poderosas o famosas, que tienen medios para buenos abogados y mucho tiempo para resistir un proceso, todo queda subordinado a la llamada libertad de expresión? Es esta una de las patrañas más exitosas, que la dictadura de la moda  y, con ella, una cierta interpretación de la ley protegen, en beneficio  de cualquier desvergonzado o rencoroso , o de cualquier artero cultivador de la post-verdad ¿Qué tiene que ver eso con la democracia liberal? Y una democracia, que se vuelve loca, ¿para qué nos sirve?