Segundo domingo de Cuaresma

 

    Si la Cuaresma es la la preparación para la Pascua, el Cristo crucificado ha de ser contemplado a la luz de Cristo transfigurado, es decir, resucitado. El lenguaje parabólico -llamémoslo así, para no entrar en más dibujos-, tan habitual en los Evangelios y tan descuidado en la predicación como desconocido entre el pueblo católico, construye un relato literario ejemplar. Jesús, rodeado de sus discípulos íntimos, aparece glorioso en compañía de Moisés, como nuevo Moisés, maestro de la nueva ley -el Tabor como Sinaí y Dios en la nube peregrina-, y en compañía de Elías, como profeta último y máximo, cumplidor de todas las anteriores profecías. Pero antes tiene que sufrir la prueba de su humanidad finita y frágil, hasta la muerte màs atroz. Divinidad y humanidad. La fe y la esperanza en Dios de todo creyente y esperante son en este mundo virtudes transfiguradoras, que lo convierten en testigo de una realidad positiva y luminosa, que se hará patente tras la resurrección.