Estación megalítica de Agiña

 

      Cuando volvemos de las minas de Arditurri, media tarde calurosa de septiembre, nos detenemos en el punto más alto (618 m.) de la carretera, el Alto de Agiña (tejo, en vascuence-euskara), donde se abre una pista en dirección occidental.  Remontamos un pequeño repecho cubierto por el helechal y damos, sin buscarlo, con el indicador blanco de la Sociedad Gorosti, qe nos señala el lugar megalítico Agiña Norte 1, compuesto de una docena de pequeños crómlechs (corona de piedras, en bretón), según vamos numerando en un breve espacio de terreno, una especie de rasillo ascedente a orillas del hayedo. Es sólo la primera muestra de la llamada estación megalítica de Agiña, que abarca 50.000 m. cuadrados. Tomamos luego la pista y en otro  recodo, esta vez plano, de nombre Erdi, vemos otro indicador. Visible se no hace  aquí sólo un crómlech, tal vez hay más ocultos entre el helechal. Algo más adelante, vemos la parte alta de la capilla de la estación Agiña 2, sobre un montículo de 554 metros, que ya hemos visitado otras veces. La primera, hace muchos años, no sabíamos nada de ella, y escribí a ciegas, sin referencia alguna, algo que ni quiero recordar. Menos mal que tuve tiempo despues de reparar mi ignorancia.

Esta tarde, no hay nadie. La capilla del arquitecto Luis Vallet de Montano, amigo de Jorge Oteiza, en forma de dosel de hormigón, encarada hacia Oriente, con su cruz a la espalda y la mesa delantera del altar, está hoy limpia de alchirrias. Brillan al penúltimo sol de la tarde los varios colores del rosetoncillo que se abre en la parte posterior. Siempre me ha evocado esta breve capilla no sólo el ábside de muchos templos, sino la capucha capuchina del P. José Antonio de Donostia-San Sebastián (José Gonzalo Zulaica), 1886-1956. El mismo año de su muerte, la Junta del entonces Grupo Aranzadi de San Sebastián encargó al escultor y escritor Oteiza y al arquitecto Vallet este singular homenaje al músico y musicólogo donostiarra, renovador del cantoral vasco, que se llevó a cabo tres años más tarde. Los dos, según nos dicen en un libro conjunto, quisieron dedicar un recuerdo perenne al P. Donosti, como ellos le llamaban, y a quien tenían  como el más cercano y alto ejemplo (…) de valor estético y religioso de salvación. Eligieron para ese singular homenaje este lugar solitario, con perspectivas bellísimas, desde donde se divisan las colinas de la ciudad, y en el que pobladores primitivos -de los que no sabemos nada, dígase lo que se siga- celebraron con círculos de piedras clavadas -hoy hundidas- en la tierra el recuerdo de sus antepasados, no sé si sólo queriendo, como acabo de leer no sé dónde, que sus espíritus volvieran allá de donde salieron: la tierra misma, su paisaje (¡).

Lo cierto es que,  junto a la diminuta capilla, levantada sobre un crómlech, a sólo unos metros de otro, colocó Oteiza el círculo vaciado de su su estela-escultura, encarada hacia el Norte, con todo que esto significaba en aquel momento para él; piedra negra, cuadrangular, separada, flotante del suelo de crómlechs (…). El círculo vacío, ligeramente descentrado, lleva dos perforaciones por las que en determinados momentos, la mañana y la tarde, depositarán puñados de luz. (…)   como un ancla en rotación incesante del paisaje (…), que nos haga rezar y sentir lo poco que somos”. Y en otro lugar del mentado libro: Regreso de la muerte. Lo que hemos querido enterrar aqui crece. Al dorso de la estela-escultura, escribe Oteiza: Txori kantazale ederra, nun ari ote aiz kantatzen? (Hermoso pájaro cantor, dónde estás cantando?. La salvaje agresión (1993) a la obra de arte es bien patente. El propósito, un día anunciado, de repararla ha debido de ceder al deseo de mostrar que lo que no han hecho los hombres en veintitantos siglos es capaz de hacerlo el hombre de nuestro siglo. Acabo de leer que el cantautor vasco Mikel Laboa pidió enterrar sus cenizas en este lugar (2008). Vemos que también alguien más y ostentosamente.

Volviendo a la pista y no pudiendo llegar ya al pequeño embalse Domico, que visitamos hace muchos años, nos detenemos todavía en otro raso levemente elevado junto a la pista, Soroa (el prado), con otros tres crómlechs, al menos, que podemos apreciar. Está visto que nos falta mucho todavía por ver. Pero la atardecida desciende ya, en picado, sobre el foso de Lesaka.