De Eslava a Jaca

 

           La excursión artística programada por la SEHN (Sociedad de Estudios Históricos de Navarra) animó ayer a una multitud de jóvenes y de mayores a visitar la ciudad romana de Santa Criz en Eslava. Algunos, menos jóvenes, que ya la hemos visitado varias veces y que por la caprichosa previsión de este tiempo loco temíamos embarrarnos en los turrutales del camino, preferimos contentarnos con la visita a la Exposición montada en el Trujal del pueblo, en el lado occidental de este hermoso pueblo expuesto, fronterizo y defensivo, como sus pares de Sada, Aibar, Cáseda, San Martín o Gallipienzo. Exposición que llena de orgullo a la villa, que guarda desde hace años tesoros romanos en cada una de las casas, y en la que se resume, con mapas, cifras, dibujos, fotos y piezas de incalculable valor -¡esa estatua togada, de marmol!- la rica y todavía joven excavación de Santa Criz.

Pero tras la docta y pedagógica explicación del doctor Andreu, nos quedábamos a la intemperie, en pleno mediodía, en la explanada de la reluciente Bodega de Eslava. Así que, todo previsto, montamos nuestro almuerzo campeste en un yerbín del polígono de Rocaforte. Y, ya puestos, nos largamos hasta Jaca, tras pisar por vez primera el tramo de autopista abierto hace poco entre Santa Cilla y la ciudad pirenaico-militar. Esta vez, para seguir la ruta curvilínea del arte y de los siglos, nos fuimos directamente a la joya del lugar, que es la catedral románica. Dios mío, ya sólo entrar, qué gozo soberano. Y volvimos al precioso Museo adjunto, inaugurado en 1970 y renovado y reabierto en 2010, en que se convirtió todo el entorno catedralicio: claustro, torreta, refectorio, capillas claustrales, sala capitular, biblioteca…

Basta, basta, que no puedo más, que se me nublan los ojos y ya no me queda fuerza. Me basta y me sobra con esos tres paños de pinturas, procedentes (1966) de la iglesia de los santos Julián y Basilisa de Bagüés (1080-1096), que están entre las mejores de España y de Europa. Pero ¿qué vieron en la aldea de Bagüés aquellos pintores y miniadores franceses para traerle esas maravillas? ¿Y qué más da, a un cierto punto, cualquier erudición? Asombrosa, asombrante pintura románica, que nos deja asombrados, penetrados por la sombra de la admiración, casi enajenadora. Asombroso Pantocrátor, devenido en lema de todo el Museo. Asombroso todo el conjunto, que puede asombrarnos tardes, días, años enteros…