Benedicto XVI y los artistas

Ha seguido el papa actual la estela de su predecesor Pablo VI, que inauguró las salas de la pintura contemporánea en los Museos Vaticanos; se reunió en la Capilla Sixtina con artistas en 1964 y se dirigió a ellos tras el Concilio Vaticano II, y la de Juan Pablo II, en su Carta a los artistas, él que también lo era, en 1999. Y con ellos de la mano, entre músicas de Palestrina, con el patrocinio de Platón, san Agustín, Dostoyesky, Braque, Norwid, Hermann Hesse, Simone Weil y Urs von Balthasar, a quienes citó, delante de las obras maestras de Miguel Ángel, Perugino, Botticelli, Ghirlandaio, Rosselli y Sgnorelli, habló en la tarde del sábado ante 260 artistas de toda clase -Abdolah, Ananier, Bevilacqua, Calatrava, Cavani, Granaway, Foà, Hill, Maoz, Morricone, Papas, Pärt, Tarkovsky, Tornatore, Zanussi, Zefirelli…-, cantó la gloria de cierta belleza y lamentó también los errores de otra. Tomando pie de la frase de Braque de que el arte está hecho para turbar mientras la ciencia asegura, dijo el papa que la belleza impresiona, pero de esa manera reclama al hombre a su destino último, le pone en marcha, le llena de nueva esperanza, le da el coraje de vivir hasta el fondo el don único de la existencia. La búsqueda de la belleza de la que hablo, no consiste  en fuga alguna hacia lo irracional ni en un mero estetismo. Mientras lamentaba la belleza ilusoria y mendaz, superficial, que hace cautivos y esclavos a los hombres, privándoles de esperanza y alegría: una seductora pero hipócrita belleza, que despierta el ansia y la voluntad de poder, de posesión, de opresión sobre el otro, y que se convierte bien pronto en algo contrario asumiendo los rostros de la obscenidad, de la transgresión o de la provocación  como fin de sí misma.– Toda la prensa italiana recoge, estos dos días, decenas de comentarios, casi siempre positivos, incluso los de aquellos artistas agnósticos y ateos presentes, de  los que no pudieron y que hasta no quisieron asistir. Era en verdad una invitación audaz y peligrosa, que dejaba a muchos fuera, con lo que eso significa en ese mundo enfermo en no pocas ocasiones de celos y vanidades. Pero algo había que hacer y se hizo. Uno de los aciertos de este pontificado. Los periódicos españoles, como me temo, o ignorarán el suceso o buscarán los habituales tres pies al gato. Poco antes de hablar el papa, le saludó el presidente del Pontificio Consejo de Cultura, Mons. Ravassi, quien citó, entre otros, al catalán Joan Miró, cuando afirmaba que el arte no representa lo visible, sino que hace visible al Invisible, se asoma sobre los abismos del ser y del existir, atraviesa los confines de la evidencia inmediata para penetrar en las regiones del absoluto y de la trascendencia.