Falces

 

       Hace años dediqué a la villa de Falces dos artículos, uno sobre el recorrido por todo el poblado y otro desde la basílica del Salvador, asomada al mismo. Hoy, a la hora de elegir una de las poblaciones navarras, que se liberaron de algunos de sus acosos naturales. la elijo de nuevo para esta breve estampa.

Entre la Peña y el Río, los dos personajes naturales de esta villa agrícola e industrial, se arrebuja Falces (hoces), prietas sus plazas y sus calles.

Desde el Vedadillo, donde se asienta la moderna basílica de El Salvador del mundo, se abren las hoces de los barrancos. Sobre el probable castro celta se alzó el torreón medieval, disputado, en una línea inestable, por moros y cristianos. Antes que éstos ya estuvieron también los romanos, que tal vez le dieron el nombre.

Nadie adivina. de lejos, en este aprieto urbanístico, las casas, casonas y palacios de los siglos XVI a XVIII, con sus escudos renacentistas, barrocos y rococós, frutecidos de lobos, estrellas, torres, querubibes o serenas. Un Carrillo de Peralta, nieto de aquel trueno que se llamó Pierres de Peralta, se ganó de Carlos I, el emperador, el marquesado de Falces.

Los habitantes de la villa se libraron de la Peña, recortándola, y del Rio, rectificándolo.

Ahora ya no son sus enenmigos ancestrales, sino sus límites, sus compañeros del viaje de la vida, sus primitivas señas de identidad y de belleza permanente.