En su célebre libro Le Contrat Social ya se preguntaba Rousseau cómo puede un hombre y una minoría en la oposición ser al mismo tiempo libres y estar forzados a someterse a leyes (la voluntad general) a las que no han dado su asentimiento. Y es que, si el mayoritismo mecánico fuera la esencia de la democracia, ningún humanismo serio, que tenga como tarea el cuidado de los pequeños, los débiles y los minoritarios, podría decirse compatible con la democracia, y más cuando las minorías son permanentes, por muy diversos motivos, dentro de cualquier comunidad. Una de las debilidades de la democracia es la trivialización de la mayoría y el descuido, cuando no el olvido y hasta el sometimiento, de las minorías, y no sólo de las minorías votantes (políticas, religiosas, culturales, étnicas,etc.). Es un caso más de la democracia entendida como método, como sistema a lo más, mas no como espíritu. Pero el pluralismo tampoco puede basarse únicamente en la pluralidad en sí, que no tiene en cuenta el principio del demos, que siempre dice unidad y solidaridad. El viejo principio de unidad en la pluralidad da en la clave. Hay personas y minorías opositoras que, en nombre de la pluralidad, rechazan toda unidad, y personas y mayorías que, en nombre de la unidad, niegan toda pluralidad. Ninguna de las dos es demo-crática. Ninguna de las dos se tiene como parte integrante del pueblo.